Reflexiones políticas sobre la película Joker

jueves, 31 de octubre de 2019 · 02:10
Twitter: @abi_mt Spoiler alert: Se abordan ejemplos concretos de lo que pasa en la película, no se recomienda leer este texto si no se ha visto la película. Estas semanas he escuchado declaraciones muy aventuradas de algunos trasnochados que quieren tomar a Joker como símbolo de los movimientos sociales que se observan en América Latina. Flaco favor hacen a los movimientos. Me parece que la película muestra una división social que para muchas personas en México y en Latinoamérica resulta familiar. Por un lado, una población enfrentando crisis y el abandono de segmentos vulnerables, y por el otro, autoridades y figuras políticas que minimizan los reclamos y recurren a argumentos de lo que conocemos en México como “echaleganismo”.
 
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Just home from Joker. I'm a bit speechless from it...... One of the best films I've ever seen, with one of the best performances ever. #joker #cinema

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Me llama la atención que muchas personas salen con la idea de que Thomas Wayne, padre de quien más tarde se convertirá en Batman, es “el villano” por tener una visión “echaleganista” (porque según su campaña, con un liderazgo fuerte y determinado se pueden resolver los problemas de la ciudad para que la gente se sienta segura, pueda trabajar y mantenerse) y por agredir a un hombre desconocido que lo sigue a un baño para decirle que es su hijo y, a la vez, unos días antes agarró la cabeza de su hijo a través de una reja. Efectivamente, en el contexto de la triste historia de Arthur Fleck, pareciera un hombre frío y sin sentimientos, aunque también podría guardar similitudes a muchas personas de clase media y alta en México y el mundo, que pueden empatizar con gente menos privilegiada, siempre y cuando se asegure primero de que su seguridad y la de los suyos está garantizada. La película contextualiza la trágica vida de Arthur Fleck o Joker, ganándole la empatía de la audiencia.
De alguna forma, su pasado y sus problemas de salud mental parecieran justificar sus conductas (no tan) irracionales y violentas.
La gente inmediatamente reacciona ante la sed de empatía del personaje, quien en sus sueños más descabellados sólo recibe reconocimiento y una frase paternal de su ídolo, o la atención y afecto de una mujer que conoce en un elevador. Su fantasía es el reconocimiento de los agravios y la entereza con los que ha tratado de enfrentarlos. Esa sed de empatía resuena en la audiencia y hace natural que, hacia el final de la película, el apoyo que recibe de la gente que se levanta en contra de “la gente sin empatía” pareciera la justa redención de su conducta. Pero si desnudamos el argumento de romanticismo, al final sólo queda una persona con problemas de salud mental conectando con gente “sana” en un nivel muy básico que apela a la venganza y la retribución más que a la solución de los problemas de fondo y a largo plazo.
La película es romántica porque no pretende profundizar en lo que pasa después de que inician los disturbios.
¿El optimismo y la alegría de ver a Arthur reivindicado es sostenible en el tiempo? ¿Se puede pensar que en algo cambió la situación de la gente si sabemos que en el largo plazo lo único que puede salvar a Ciudad Gótica es un irreal vigilante enmascarado? ¿En qué mejora la situación de la gente al dar su apoyo ciego a una persona que tiene delirios de grandeza y claros problemas de salud mental, incapaz de rectificar aun cuando se le muestra evidencia que busca rectificar su visión del mundo? En México, algunas personas quieren ver en Joker un símbolo de la lucha ante el hartazgo y la falta de empatía de los gobiernos (“de derecha”), pero ¿se puede esperar un liderazgo humano y empático de alguien que claramente sufre una enfermedad mental? ¿Es en realidad una alternativa viable para solucionar los agravios pasados y evitar los futuros? Si algo nos enseña el presente es que empatizar con los problemas sociales no es lo difícil, lo difícil es darles soluciones efectivas, racionales y cuerdas. En el mundo real, el reto es encontrar vías efectivas, plurales y democráticas para forzar la representación efectiva, y no sólo la empatía en los gobernantes. Dar nuestro voto de confianza y enaltecer a personas que lucran de la sed de empatía sin dar soluciones eficaces sólo hará que el país que queremos sea tan real como el mundo que Arthur Fleck construyó en su mente, y que al verlo derrumbado, lo empuja a una locura altamente contagiosa.