Bumerang

jueves, 3 de octubre de 2019 · 02:00
Twitter: @HigueraB Las personas públicas debemos tener una conciencia de la esfera pública y de la forma en que actuamos dentro de ella diferente a la de un ciudadano normal. Tener un espacio en el ágora pública para hacer  que nuestra voz resuene conlleva una responsabilidad específica. Ya sea que se pertenezca un medio de comunicación, a un espacio académico, un partido o al servicio público (en cualquier grado y rama, se debe actuar con responsabilidad ante los propios actos y dichos. El discurso de cada analista, comentarista, investigador u opinólogo (incluso el que manejan los ciudadanos que hacen de las redes sociales su ámbito de opinión), debe ser cuidadosamente independiente, sustentado en el mayor número de datos posible, buscando la mayor objetividad en el análisis y, sobre todo, coherente.
Sin embargo, cada vez más, la coherencia es un garbanzo de a libra y el acomodo la regla.
No soy un ingenuo que piensa que las personas no modifican su pensamiento, su comprensión de la realidad o sus convicciones. Al contrario, la evolución de cada persona siempre es deseable y  necesaria. Sin embargo, la norma que parece prevalecer en la actualidad marca que  las que fueron las voces más frenéticas, militantes y vociferantes son las que  más trabajo les cuesta mantenerse dentro de los límites de la coherencia y sin insultar con chaquetazos o maromas a las personas que los leen o escuchan. Al escribir esto no puedo dejar de pensar en tres personajes que  a pesar de sus enormes diferencias políticas cumplen a cabalidad con emitir discursos bumerang que, más temprano que tarde, se les revierten y se transforman en evidencia de sus intereses y su falta de coherencia y objetividad. Me refiero a John Ackerman, Javier Lozano y Gustavo Madero. En el caso del ex senador poblano, es casi imposible encontrar un gramo de coherencia política y ética en sus acciones a lo largo de los años. Militante priista que abandonó ese partido para incorporarse a Acción Nacional y convertirse en el secretario de Trabajo y Previsión Social en el sexenio de Calderón, le caracteriza su vehemencia y groserías al defender los puntos que sostiene, casi como si de verdad creyera en lo que dice. Esto no lo detuvo para que en 2018 fuera fiel a su calidad de transformar al regresar al  partido tricolor. Todo esto mientras denostaba a diestra y siniestra a todo aquel que lo cuestionaba en sus acciones y señalaba su (falta absoluta) de coherencia. En el caso del panista Gustavo Madero, no queda más que entender que se rindió ante el pragmatismo, sacrificando su coherencia personal y como militante del blanquiazul. No fue hace mucho que Madero acusó a el ahora ex dirigente nacional del PAN y ex candidato de ese partido a la presidencia Ricardo Anaya, de realizar la demolición de su partido en un afán protagónico y autoritario. Sin embargo, hace poco se difundió la imagen de ambos tomando café en Polanquito y dejando una propina mísera de paso.
Con este nivel de coherencia no es de extrañar que el PAN esté recurriendo a Fox como guía.
Y el amigo Ackerman, tras años de ser un crítico feroz de los gobiernos encabezados por el PRI y el PAN, ahora se ha transformado en una versión 4T de los intelectuales orgánicos que en el pasado le parecieron taaan deleznables, convirtiéndose en agente de propaganda de estilo neopriista del actual gobierno. Casado con la actual titular de la Función Pública, Ackerman ha accedido a los espacios de opinión en los medios de comunicación como nunca antes, sólo para hacer panegirismo del gobierno actual y denostar, descalificar y atacar de forma casi personal a sus críticos  y detractores. Sumado a esto, se ufana en sus redes sociales de su ratificación como SNI, en tiempos en que las comisiones dictaminadoras son cuestionadas, al igual que el excesivo partidismo y revanchismos del CONACYT, dirigido por una partidaria acérrima de acabar con el “neoliberalismo científico” (lo que sea que eso quiera decir)y de aquellos que la cuestionan (remember Dr., Lozano). De la noche a la mañana se abrieron los espacios mediáticos para él, quién era conocido como una voz crítica, marginada del mainstream y opositora a la comentocracia.  Este contexto se torna inquietante  ante su condición de cercanía con el poder, al punto de tenerlo en casa. Si estos motivos no son suficientes para creer que el Dr. Ackermann haya perdido la coherencia, podemos revisar su relación con el actual director general de la CFE. En sus publicaciones del pasado, John Ackerman no tuvo empacho de señalar a Bartlett fue como uno de los responsables del fraude electoral del 88, el cual impidió que Cuauhtémoc Cárdenas se alzara con el triunfo electoral en aquél año. Sin embargo, haciendo gala de una actitud zen de olvidar y dejar atrás, tuvo a bien publicar en redes sociales un video promocional de la entrevista que le haría en su programa en Canal Once (medio de comunicación público y pagado con los impuestos de todos). Ackerman y Bartlett, los dos alegres compadres, saludaban a todos desde twitter, dando muestras de que la coherencia (ya no digamos la ética anticorrupción) no son el fuerte de ninguno de  los dos. Me pregunto si este rigor es el que muestra en sus investigaciones que le otorgó el nivel III del Sistema Nacional de Investigadores. Es casi imposible pensar que alguien pueda tener una carrera o trayectoria en la plaza pública sin alguna contradicción. Sin embargo hay cambios que, por  drásticos y burdos, nos dejan claro quién es cada uno y ahí están tres botones de diferentes tamaños como muestra. Lo dejo a su consideración.  

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