Twitter: @altanerias
“Las cosas ya no son como antes” es la frase que, de manera repetida y constante, pronuncian las y los liderazgos del partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) para justificar una serie de cambios que afectan de manera profunda a la vida pública mexicana.
Cambios que en ocasiones parten de diagnósticos acertados pero que en sus soluciones son ineficaces e inclusive rondan en el absurdo: si el problema es la corrupción en, por ejemplo, las licitaciones a farmacéuticas, la respuesta es el desabasto de medicinas; si el problema es la inseguridad, la solución es liberar a criminales capturados y hacer que el Estado se arrodille frente a la violencia de los cárteles del narcotráfico.

López Obrador, su gabinete y su partido, como un todo que se reúne en torno a la figura del caudillo, repiten el patrón de demoler todo aquello que les precede y les estorba para en su lugar levantar un andamiaje débil, insuficiente y sostenido bajo una retórica que jamás alcanzará a convertirse en eficacia de gobierno.
Y el reto de la democracia interna que intenta librar Morena frente a la próxima elección de su dirigente nacional, es otro de esos frentes donde el “ya no ser como antes” es insuficiente para garantizar una contienda equitativa, apegada a derecho y con base en los valores de ese sistema de gobierno.
Una a una, las asambleas que se realizan en ese partido demuestran el talante autoritario no solo de sus dirigentes sino también de buena parte de una militancia que nació a la sombra del líder infalible, que requiere del líder para saber qué hacer, y que no se entiende en la libertad que permite esa misma democracia para elegir sin coacción ni presión de cúpulas o dirigencias.
El modelo democrático de Morena es pues ese que no tiene padrones claros, que cancela sus votaciones por la violencia, los balazos o las grescas entre militantes, que usa las listas de beneficiarios de programas sociales del gobierno para coaccionar la decisión, que amenaza con suspender la propia elección por no existir condiciones para llevarla a cabo.
Una forma de vivir la democracia que apenas puede llevar ese nombre, y que recuerda una época no corta de la vida interna del Partido de la Revolución Democrática, o algunos lapsos risorios del Partido Revolucionario Institucional, ambos intentos fallidos de intentar legitimar por la vía de los votos un sistema político que exige mucho más que la voluntad infalible del caudillo en turno.
A tal crispación ha llegado el proceso de renovación de dirigencia nacional –programado para concluir los últimos días de noviembre–, que el propio López Obrador abordó la cuestión en su cotidiana conferencia de prensa, con su habitual estilo moralino: “actúen como buenos ciudadanos, como demócratas”, fue el llamado del presidente a su partido desde el espacio de información del gobierno.
Pero el ejercicio de la ciudadanía, como el de la democracia, no se decreta ni se impone, y para que sea efectivo se requieren reglas, padrones claros, diálogo y debate, elecciones confiables, autoridad que organice y valide comicios, así como una cultura que haga de esas prácticas valores socializados y asumidos por una determinada comunidad.
Si la actual presidenta de Morena, Yeidckol Polevnsky, se ostenta frente a la oposición al gobierno como la que decide quién tiene derecho a criticar y quién no, es difícil esperar que frente al partido tenga una actitud distinta.
Si su principal rival, Mario Delgado, defiende la “infalibilidad” del Presidente, tampoco puede esperarse que ostente apertura y disposición para escuchar a quienes piensen distinto, y mucho menos aspirar a que pueda darles la razón.
Y el que ambos coincidan en sustituir el propio proceso de elección por una encuesta –por recomendación del propio López Obrador–, es también una forma –otra– de evitar o pervertir ese engorro complejo, costoso y exigente que implica una auténtica democracia.
El autoritarismo también germina y echa raíces hondas, tanto que hacer pasar lo que a todas luces es una farsa por democracia lleva a ese tipo de improvisaciones que del absurdo llegan fácilmente al ridículo: como muchas de las soluciones del lopezobradorismo, también como un proceso democrático entre caudillos.