Twitter: @CLopezKramsky
Nuestro país cuenta, para su gobierno, con cinco órdenes perfectamente diferenciados: la Federación, los estados, los municipios, la Ciudad de México y sus alcaldías. Ninguno de ellos es superior a los demás, simple y sencillamente, cada uno atiende cuestiones y materias distintas y, en algunos casos, concurren dos o más órdenes de gobierno, pero ésta es la excepción que confirma la regla. Desde los inicios de nuestro régimen, la Federación se ha llevado los reflectores, el presupuesto y el poder de decisión sobre los temas más relevantes para el país. Esto es lógico, pues la Federación debe implementar las políticas públicas que involucran, de cierta forma, a todos.
Pero estos asuntos relevantes no son los más abundantes y, me atrevo a decir, no son los que más impacto tienen en la población en general, en el ciudadano común. Nuestro sistema federal se diseñó para contar con un piso de atención gubernamental cercano a la gente, que estuviera encargado de proporcionar y administrar los servicios públicos, así como de garantizar que la vida en las ciudades y en las zonas rurales fuera posible, brindando seguridad pública y servicios de auxilio; regulando el tránsito vehicular y peatonal, proporcionando transporte público, agua potable, alcantarillado; garantizando que la población cuente con acceso a mercados y panteones públicos; o, simplemente, pavimentando las calles, reparando los baches, dando mantenimiento a los parques, jardines o unidades deportivas. Ése orden de gobierno es el municipio.
Nava Guerrero lamentó que alcaldes de todo el país fuesen recibidos de esa manera.https://t.co/K1YuBmnAvf
— El Heraldo de México (@elheraldo_mx) October 23, 2019
Nuestra Constitución, en su artículo 115, establece que el municipio libre es la base de la división territorial, así como de la organización política y administrativa. En este escenario, cualquiera podría pensar que, en México, el orden de gobierno más importante para el bienestar de la población es el municipio y, que dicha importancia, en consecuencia, le permite contar con sólidas estructuras financieras, orgánicas, materiales, de capacitación, etcétera, pero no es así. La realidad nos muestra que la inmensa mayoría de los municipios sobreviven con presupuestos raquíticos, que se traducen en servicios públicos deficientes.
Las calles llenas de baches, las inundaciones cuando llueve, la falta de alumbrado en las calles, los mercados públicos desorganizados y poco salubres, los parques destruidos que se convierten en centros de vicio, la falta de agua potable y drenaje, el caos vial, el transporte público ingobernable y peligroso, la corrupción de los policías en las esquinas y muchos de los factores que hacen que nuestro país siga estando eternamente en vías de desarrollo, se deben al fracaso del municipio como orden de gobierno.
Es claro que hay un puñado de municipios que han sido muy exitosos en su desarrollo y brindan las condiciones necesarias para que la población acceda a una buena calidad de vida, pero la inmensa mayoría está en el otro extremo. Lo que nos muestran esos municipios exitosos es que el fracaso municipal puede revertirse y que el municipio no es, per se, una institución inservible, condenada a desaparecer. Pero mientras sigamos concentrando los recursos en la Federación o los estados y al municipio le sigamos otorgando las sobras del pastel presupuestal, su viabilidad se verá cada vez más comprometida.
Al municipio se le ha menospreciado siempre y el resultado es palpable. México tiene que voltear a sus municipios, fortalecerlos, aumentarles presupuesto y capacitación a sus servidores públicos, vigorizar sus mecanismos de control administrativo y anticorrupción, porque solo de esa forma la ciudadanía contará con una instancia de gobierno que pueda solucionar sus problemas, atender sus demandas y planear un mejor futuro local. Municipios como los de las zonas metropolitanas de Querétaro o Monterrey, Chihuahua, Mérida o Aguascalientes, nos demuestran que un municipio eficiente eleva el desarrollo regional e incrementa la calidad de vida. Quizá sea más inteligente apoyar a los presidentes municipales para enfrentar los problemas de sus demarcaciones que rociarlos con gas lacrimógeno.