Twitter: @ana__islas

Luciana Peker es una mujer entusiasta, orgullosa de sus curvas, del feminismo del goce, con una luz que llama a acercarse a platicar, es vocera de miles de mujeres jóvenes que integran una generación revolucionaria en Argentina y con eco en toda América Latina.

En su más reciente libro “La Revolución de la Hijas” rinde un homenaje a esas chicas que, ya sea de manera dolorosa o en sororidad, se sumaron a la llamada “Marea Verde” y que llevaron el debate a las mesas de comedor en sus casas para integrar la agenda de género en el núcleo más íntimo de una sociedad: la familia.

La revolución por la despenalización del aborto y una sociedad más equitativa tiene muchos rostros e igual número de críticos. El cambio radical para transitar de la vida que tenían nuestras abuelas hasta la nuestra, propone cambios que no son fácilmente asimilables para sociedades en donde la desigualdad entre géneros y la violencia machista están tan arraigados como una religión.

Según el informe “Rompiendo Moldes” de Oxfam, 7 de cada 10 jóvenes latinoamericanos considera que el machismo es un problema grave en su país, pero 65% cree que cuando una mujer dice no a una relación sexual, en realidad quiere decir sí.

La violencia en pareja no es exclusiva de personas de mayor edad: 6 de cada 10 hombres de entre 15 y 19 años cree que celar es una demostración de amor.

Llamar las cosas por su nombre cambia la percepción social, la responsabilidad pública y la noción de un hecho.

“No hay crímenes pasionales, no se mata por amor, se llama feminicidio”.

Feminicidio. Una palabra y su simple uso es en sí una conquista ganada por las feministas, sea cual sea su ámbito de acción: amas de casa, activistas, periodistas, madres de familia o estudiantes.

Durante el “Taller Feminismo y periodismo: la asignatura pendiente” impartido por Luciana Peker en el marco del Festival Gabo en Medellín, Colombia, la argentina dejó claro que “la perspectiva de género no es censura, es aprendizaje” y en ese sentido desde los medios de comunicación la labor para empujar los engranajes del cambio es titánica pero vale la pena.

El periodismo feminista no se agota en hablar de la violencia hacia la mujer o derechos reproductivos, se deben crear espacios inclusivos en las redacciones donde las formas y el fondo aborden la agenda de género con reglas claras de respeto e igualdad.

Urgen especialistas y fuentes lesbianas, gays, trans y no binaries para y en todos los temas, capacitaciones de perspectiva de género a mujeres y a hombres. La equidad requiere esfuerzo, pero -insisto- vale la pena.

Dar un puesto de poder a una mujer debe ser real y no simulado por cumplir una cuota de género, sino que cree un impacto en conquistas mayores para el colectivo de mujeres.

Crear espacios y contenidos que permitan a los hombres repensar y acceder a un nuevo modelo de masculinidad que rompa con los esquemas de machismo alimentado y tolerado por décadas en nuestra región.

La revolución ya empezó y no va a parar ¿Nos sumamos o nos quedamos atrás?