Twitter: @abi_mt
Yo no quiero tener hijos, pero si hoy quedara embarazada, estoy segura de que no abortaría. No permitiría que los estigmas de mi soltería me empujaran a hacerlo, y al no haber sido violentada sexualmente por alguno de mis parientes no me sentiría forzada a tratar de ocultarlo por miedo a que no me crean o que me corran de la casa.
No me preocuparía que quizás en mi trabajo quisieran correrme por no querer enfrentar los “costos” de mi embarazo. No me importaría sacrificar algunas de mis comodidades por no contar con los ingresos suficientes como para replicar para ese bebé las oportunidades con las que yo fui bendecida. Ni siquiera me persuadirían los prospectos de un decremento salarial adicional por lo que implica pagar una guardería y tener que trabajar menos para cuidar a mi bebé, porque los bebés requieren cuidados 24 horas al día, no solo fuera del horario de guardería (hasta las 2 pm) o de la oficina (hasta las 8 pm).
Si mi bebé fuera el producto de una relación sexual consensuada no abortaría, ni siquiera si su padre me “culpa” a mí “por no cuidarme”, como si hubiera tenido relaciones sexuales sola. No abortaría, aunque esto significara posiblemente tener que enfrentar y costear sola los siguientes 18 años de la vida de mi bebé con cargo directo a la mía.
Siendo soltera pero económicamente independiente, con estudios de maestría, madura, responsable de mis actos y consciente de lo que implica tener vida dentro de mí, puedo decir con toda seguridad que no abortaría.
No abortaría porque recibí educación sobre protección sexual y métodos anticonceptivos, aún siendo antes del 2000, cuando la gente asociaba esa enseñanza a la promoción de la promiscuidad.
Me haría “responsable de mis actos” porque el hecho de que mi hipotético embarazo llegara a mis 34 años, me pone en ventaja frente al 23% de la población que inicia su vida sexual entre los 12 y 18 años, aunque sólo 7% recibe la educación sexual durante la primaria que les permitiría “entender las consecuencias” de ello.
No abortaría porque me encuentro en la edad “más apropiada” para ser madre (entre los 20 y 35 años), a diferencia de las casi 20 millones de mujeres en México que tienen un bebé a los 14 años por violencia sexual o nulo acceso a anticonceptivos. No abortaría porque no compartiría los riesgos que sufren las niñas y adolescentes embarazadas, tales como cuadros de mala nutrición, partos prematuros, bebés con peso bajo e inmadurez con secuelas o malformaciones y trastornos de desarrollo, por sólo mencionar las afectaciones físicas y no las psicosociales.
No abortaría, aunque vivo en uno de los dos estados de la república donde se ha realizado este cambio legal, únicamente dentro de las primeras 12 semanas de gestación. Un factor clave para decidir tener a mi bebé es que no me meterían a la cárcel por tomar esa decisión. No abortaría porque en mi casa y en mi círculo cercano me enseñaron que yo tengo derecho a decidir sobre mi cuerpo, así que no aceptaría que me forzaran a hacer lo contrario porque alguien no piensa como yo y me juzga desde su condición personal.
Yo le digo no al aborto porque tengo la libertad de hacerlo. Gozo de una libertad construida sobre derechos y privilegios que la mayoría de mujeres mexicanas no comparte. La despenalización del aborto no está pensada para personas como yo, porque si yo quisiera abortar podría hacerlo con o sin consentimiento del estado. Porque las mujeres que van a la cárcel o mueren en procesos clandestinos lo hacen por ser pobres o vulnerables, no por ser “libertinas”. Muchas de las que no están muriendo están siendo madres cuando deberían seguir siendo niñas, continuando el círculo vicioso de condiciones de vulnerabilidad que vivirán ellas y sus hijas.
Yo, Abigail, le digo no al aborto porque soy la única que debe decidir sobre mi salud reproductiva, porque mi opinión sobre el tema sólo importa para mí y para nadie más. Sobre todas las cosas:
Yo le digo NO al deseo de la sociedad de tomar decisiones por mí y el resto de las mujeres, porque cada una es dueña de su cuerpo y la maternidad debe ser un fruto de la libertad, no un castigo.