Twitter: @LeSz
Tengo una receta en la mira, la he seleccionado con cuidado. Entre recomendaciones, libros y consejos la elegí para hacer por primera vez pan crocante.
Seguir las instrucciones nunca ha sido mi fuerte. No sólo se me dificulta porque me siento limitada sino porque cuando he intentado seguir al pie de la letra métodos e indicaciones por completo ajenos, los resultados no han sido siempre los esperados. Quizá se deba a las variaciones al momento de suplir ingredientes y hacer las conversiones de medidas, o a mi terquedad impulsada por la necesidad de añadirle ‘mi propio toque’ a lo que preparo para sentir algo de especial en un espacio de obediencia o rutina.
He arruinado varios platillos antes de que fueran posibles, quizá empiezo con el pie izquierdo para no arriesgarme y poder abandonar el intento a medio camino.
No sobra decir que la mayoría de estos fracasos involucró utilizar el horno -eso o algún ingrediente imprescindible que no había juzgado como tal, ya saben, errores clásicos de percepción, valor y juicio-.
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El horno de la casa en la que crecí era usado todo el tiempo; si se estaba cocinando había que abrirlo y cerrarlo al menos una vez. Uno podría suponer entonces que sabría utilizarlo; lo malo es que era usado como un práctico contenedor para guardar las baterías de sartenes, el comal y a veces hasta las tablas para picar; nunca para hornear.
Antes de intentar cualquier platillo que requiriera su uso, la preparación del mismo era mucho más compleja de lo normal.
Había que, antes que nada, sacar todo lo que éste contenía, lo cual no era tarea fácil y mucho menos valorada por los que compartían casa y cocina. Luego, comprobar que se encontraba correctamente funcionando – en este paso terminaba mi intento- o no estaba conectado, o había un tema con el ducto del gas del que nadie sabía hasta ese momento, -o eso me decían porque parecía mucha lata dejarlo funcionando a sabiendas de que lo iba a usar sin supervisión mientras esperaban apilados los trastes a guardar unas horas en lo que lo preparaba, pre calentaba, utilizaba, dejaba enfriar, limpiaba, secaba y maniobraba como en tetris todo adentro de nuevo-.
Así pues nunca aprendí a usar el horno hasta pasados varios lustros. Disfruto ver toda clase de programas de cocina, más cuando lo usan, me intriga cómo puede ser tan polifacético; una de las herramientas más increíbles para cocinar que existen (excluyendo el microhornito, de cuya desilusión me costó varios meses reponerme. Nunca imaginé que era sólo una caja plástica y un foco)
Vuelvo al momento y leo minuciosamente las instrucciones de la receta que quiero preparar.
Tengo que comprar al menos dos tantos de todo por si no me sale bien a la primera intentarlo de nuevo sin tener que hacer otro viaje al mercado. He elegido con alevosía la fecha, necesito tener tiempo, tal parece que una de las claves al momento de hacer el pan es amasarlo lo suficiente, ni mucho, ni poco; luego dejarlo reposar a la temperatura adecuada, que dependerá de la humedad, la levadura y la cantidad de agua.
La lista de ingredientes es corta y bastante simple, y es que según me han dicho en repetidas ocasiones hornear pan es sencillo pero no fácil.
Basta con seguir las instrucciones y conocer bien tu horno.
Me da extrañeza que me emocione tanto algo tan simple, quizá sea la sensación de intentar algo contrario a lo que normalmente hago. Por suerte siempre hay una primera vez para todo, hasta para seguir las instrucciones al pie de la letra.