Twitter: @bufalolmangas
“Los libros están para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos”.
–Ray Bradbury
Hace poco me invitaron a escribir un cuento con la temática ‘futuros posibles’ que podría tener muchas connotaciones políticas, en especial porque el amigo que me invitó tiene una férrea visión crítica hacia los acontecimientos que mueven a nuestra nación.
A pesar de ello, mi visión política rara vez se involucra cuando escribo sobre ficción. En ese tipo de exploraciones más lúdicas prefiero involucrarme en los conflictos emocionales de individuos condenados a la monotonía y el fracaso.
Lo primero que se me ocurrió fue escribir sobre un futuro distópico, inspirado en una mezcla de la narrativa de Philip K. Dick y Ray Bradbury. La idea principal surgió tras leer una nota sobre una compañía en la que Elon Musk ha puesto parte de sus inversiones y que en 2019 está tratando de conectar los cerebros de ratones con procesadores computacionales.
El ambiente que elegí para el cuento se sitúa en la década de 2030, cuando esa experimentación a nivel cerebral ha dado paso a que los seres humanos convivan con humanoides.
A pesar de toda esa tecnología, que incluso ha terminado con el Alzheimer, el humano sigue experimentando conflictos y frustraciones que lo llevan a cometer actos guiados por sus instintos primitivos.
Ahora que pude concretar ese cuento me es posible explicar el argumento en un par de párrafos, pero me llevó prácticamente una semana llevarlo al punto que quería, tanto en diálogos como en la profundidad del protagonista. El ejercicio también…
Me llevó a preguntarme dónde estamos parados quienes nos aferramos a escribir historias pensadas para vivir en el papel, en un libro.
En los últimos años la producción de libros cayó un aproximado de 40 por ciento.cLos medios impresos tampoco la están pasando bien en una época donde el mayor consumo de noticias y entretenimiento se da en las redes sociales.
Difícilmente creo que el libro como tal desaparezca por completo —salvo que el mundo se vuelva loco y empiece a quemarlos como en Fahrenheit 451— el verdadero dilema surge cuando las nuevas generaciones están más enajenadas con el último mame o los que quince minutos de fama que pueda ofrecer Instragram. Ahí uno se pregunta para quién está escribiendo y si realmente la historia planteada vale la pena para superar el tiempo.
Por otro lado, existe un grado muy poderoso de autenticidad en conservar la tradición de las historias escritas, del papel y ese objeto mítico revolucionado por Gutenberg hace poco más de 5 siglos. Para mí en este momento el acto de escribir una obra de teatro, un cuento, un poemario o una novela, cuando Netflix te podría pagar más por un guion, es un acto de anarquía.