Twitter: @MauricioAceves

“La vida ha sido muy dura, primero se terminó el agua, de igual forma la comida, mucha gente que conocí murió de hambre, no había nada para comer, el bombardeo fue muy intenso […]”*

Un reportaje que apenas rebasa los dos minutos de duración publicado en los noticiarios de Al Jazeera, narra los últimos años en la vida de Abdul Kareem Thanoon, un hombre que solía ser habitante de Mosul -la tercer ciudad más grande de Iraq-, hasta que la marea de brutalidad de la expansión de ISIS llegó a su vecindario.

Las fuerzas de ISIS ocuparon Mosul entre 2014 y 2016 tras lograr varias victorias militares de apariencia napoleónica ante el ejército de Iraq, obligando a Abdul a abandonar su hogar, convirtiéndose en uno de los millones de desplazados forzados en la región a causa de la guerra, la persecución sectaria y el terrorismo.

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Como suele suceder en tiempos de guerra, las poblaciones abandonan sus ciudades con la esperanza de volver a ellas una vez que las ráfagas se detuviesen, sin embargo, en Mosul pocos lo han hecho hasta la fecha… es difícil encontrar medios o motivos para volver.

Abdul fue una de las primeras personas en volver a la que fue su ciudad, lo hizo a casi tres años de distancia al día en que la guerra tocó a su puerta, a su retorno el paisaje lucía irreconocible, nada queda de lo que fue Mosul, se trata de un pueblo fantasma despoblado y destruido, los pocos edificios en pie conservan las huellas que dejó la guerra, 138 mil casas fueron reducidas a escombros en poco más de dos años de combates, comparte Abdul:

“Al volver encontré un par de restos humanos de combatientes de ISIS en mi calle […] la vida no es la misma a como era antes”*.

Los hogares en ruinas son una de las consecuencias más crueles que han tenido los conflictos convencionales en la historia de la humanidad, causados premeditadamente o como resultado de transversalidades terminan por tener un efecto devastador en la vida de las personas.

Aquellos que han perdido sus hogares por causas que pocas veces les atañen, como lo suelen serlo la guerra y el terrorismo, terminan por perder algo de sí mismos. Una pila de piedras y materiales de construcción no reutilizables y yacientes el suelo es una imagen imposible de evadir cuando tiempo atrás esas piedras significaron un hogar.

La semana pasada, a unos 1,300 km al suroeste del hogar de Abdul, en un barrio ubicado entre Jerusalén y Cisjordania fueron demolidas 100 viviendas, aumentando así el número que ha crecido desde 1967 y que ahora se aproxima a los 50 mil edificios habitacionales sistémicamente demolidos (Amnistía Internacional). En los años de la ocupación, familias y poblaciones en más de una generación han visto colapsar sus hogares, atrapados en una realidad de la que no pueden escapar.

A 650 km al norte de Cisjordania, los bombardeos en la ciudad de Idilib al norte de Siria en los últimos días han tenido un impacto no medible –al día en que escribo esta columna- en relación a la destrucción de infraestructura civil como de edificaciones propiamente habitacionales, pero que suman al daño patrimonial ocasionado en los años de guerra que comenzaron en 2011 y que desde entonces han puesto a 4.8 millones de civiles sirios en estado de refugiados.

La historia de un refugiado es sólo una de entre las 71 millones historias vivas que existen en el mundo -la mitad de ellas de menores de edad-…

Los fracasos geopolíticos se convierten en pesadillas humanitarias.

*Traducción libre de segmentos de la entrevista de Abdul Kareem Thanoon.