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Cada hogar tiene un olor distintivo, si me llevaran con los ojos vendados a ciertos lugares sabría al instante mi ubicación exacta sólo utilizando el olfato. La casa de mis papás, por ejemplo es dominada por esencias de lavanda y café casi todo el año, menos en Navidad, el café se queda pero la manzana con canela son los que le acompañan. En la de mis abuelos: sopa aguada y frijoles, los imprescindibles en cualquier cocina donde no hay tanto pero comen muchos.
En la universidad viví con unas amigas por unos cuantos meses, se trataba de un pequeño dúplex amueblado en un sexto piso, era un edificio muy viejo pero tenía encanto, el área común era una sala comedor que daba a una terraza pequeña, a un lado se abría un pasillo con una cocina de las dimensiones de una celda; no podía haber más de una persona cocinando al mismo tiempo, aun así, sin importar cuál de las cuatro cocinara logramos crear nuestro propio olor, quien sabe si adulterado por las vidas pasadas y los platillos comidos en ese viejo piso, pero desde que llegamos siempre olía a ajo, chile y cebolla.
Hay algo de reconfortante al encontrarse de nuevo con estos recuerdos que se cuelan por la nariz, son viejos conocidos que nos apapachan los sentidos o que pueden hacernos viajar en el tiempo y cambiar por completo el sentido a cualquier comida y experiencia.
Se dice que de la vista nace el amor pero para mí la clave está en la nariz.
Quizá porque sin lentes soy ciega como topo o quizá porque mi sistema límbico me juega chueco y causa reacciones emocionales muy intensas ante ciertos platillos y experiencias culinarias.
Se me enchina la piel ante ciertos olores, se me hace agua la boca o un nudo en la garganta, porque también hay algo de nostálgico en aquellos sabores que no van a volver aunque el olor siga en nosotros.
Ciertas cosas no se pueden probar de nuevo, o -peor aún- si se vuelven a probar quedan arruinadas por completo ya que a veces es más grata la memoria y el recuerdo que el sabor en sí mismo. Hay experiencias únicas, recetas irrepetibles , ingredientes secretos y sí, también gente que se va y se lleva con ella las porciones y el sazón que le daba cierto olor a los lugares.
Hace poco volví a casa de mis abuelos, el tiempo no sólo se los va llevando a ellos sino que apagó ese olor que sólo vive en mi memoria, la ventaja es que mi abuela a donde va, al momento de ponerse el delantal convierte cualquier cocina en su casa, hay personas que son un hogar en sí mismo.
Por la nariz no nace el amor sino que se mantiene.