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“Sí, qué pena, Maximiliano, tener que decirte que todos los días llegan alguna vez, aunque tú no lo creas”.
—Fernando del Paso, ‘Noticias del imperio’.

Sí, qué pena, opositores de todo lo que huela a Andrés Manuel López Obrador, tener que decirles que todos los días llegan alguna vez, aunque ustedes no lo crean. Lo que tanto temían, lo que nunca se imaginaron, lo que hoy en día no pueden soportar:

Andrés Manuel llegó a la Presidencia de la República.

Después de dos elecciones fallidas, alegando fraude en ambas. Después de tomar reforma, acampando en la avenida más transcurrida de en aquel entonces el Distrito Federal, paralizando la capital del país. Después de tomar protesta como presidente legítimo, desconociendo al presidente electo, Felipe Calderón, y mandando al diablo a las instituciones; sí, nadie le dijo que eso ya había pasado de moda, que eso se usaba en el siglo pasado.

Sus métodos poco ortodoxos, que parecían no funcionar a corto plazo, a la larga dieron resultados.

Antes que nada y primero que todo, yo no voté por Andrés Manuel, la verdad es que no encontraba mi credencial para votar, pero si la hubiera tenido, yo no habría votado por él. Las razones no las diré, porque no es el motivo de lo que ahora escribo, y seguramente, no les interesan. Aclaro lo anterior, para que no piensen que soy uno más de los propagandistas de la egocéntricamente llamada “Cuarta Transformación”, no quiero poner ejemplos de estos, porque Antonio Atollini y Abraham Mendieta se pueden fastidiar, mejor así, amor y paz.

Pensé que era necesario escribir unas líneas sobre esos “opositores” de la actual administración Federal, que desprestigian a tan necesario conglomerado, hermanado, únicamente, por el actuar del presidente. Me refiero, específicamente, a aquellos que, desde la toma de protesta de Andrés Manuel, dejaron de atender sus agendas, de impulsar temas y creo que hasta de salir a la calle, para dedicarse, exclusivamente, a Twittear en contra del nuevo presidente.

Y es que, más de uno de ustedes estará de acuerdo en que personajes como Vicente Fox, Gloria Álvarez o Javier Lozano, tienen ya un problema psicológico producido por la existencia de López Obrador, y necesitan ayuda profesional. Si tuviera que usar un título para agruparlos, sería “el club de los opositores enfermizos”, y es que no solamente son ellos, son muchos más, pero da pereza escribir más nombres, ustedes pueden ir integrando a los que falten.

Realmente quiero entender el propósito de su comportamiento. Quizá lo vean como una manera de aumentar sus seguidores, o, tal vez, lo hagan para mantener los reflectores sobre ellos y no enfriarse para las elecciones de 2021.

Sea lo que sea, hay una característica general de los miembros del club de los opositores enfermizos, y es:

Haberse quedado sin trabajo, ser de la inmensa mayoría de ahogados por la ola morenista.  Por ese lado me exijo comprenderlos, los señores/as no tienen nada que hacer.

En el caso de los ex presidentes de México, representantes destacados del club de los opositores enfermizos, siempre he pensado que hay que dejarlos trabajar en el sector privado, es más, algún legislador que lea esta columna debería presentar una iniciativa en el Congreso de la Unión para que sea obligatorio.

Lo ideal sería que, al día siguiente de haber dejado el cargo, se integren a un nuevo trabajo, y aprovechando, incluir en un inciso que no los dejen estar en Twitter en horario laboral. Lo sé, es una idea brillante.

Pero ya, hablando en serio, ¿Cuál es la oposición que necesita México? Leyendo algunas opiniones sobre las particularidades de la “oposición política”, encontré dos que me gustaron. La primera, escrita por Samuel Muñoz en colaboración para El Heraldo, dice así “Pero oposición no es negatividad sobre el pensamiento de las mayorías, ni es sentir y expresar odios personales y mucho menos entorpecer planes y proyectos de utilidad para el país.”, lo anterior, describe a la perfección el principio fundamental del club de los opositores enfermizos. En ese sentido se han movido en los primeros meses del gobierno de Andrés Manuel.

“Cuestionar al otro, u oponerse creando una manera distinta de actuar en relación de a tal o cual hecho es lo que permite evolucionar, porque oponerse implica siempre una innovación, implica recrearse o recrear.” Suscribo totalmente a Josué R. Álvarez, en su columna “Una verdadera oposición”.

En México necesitamos una oposición objetiva, responsable, propositiva.

Que ponga sobre la mesa propuestas de solución a los problemas que dicen, el gobierno es incompetente para resolver.  Necesitamos una oposición que construya, que agrupe a los ciudadanos y los motive a participar. No necesitamos a una oposición que destruya, parejo, lo bueno y lo malo.

Que quede claro, considero indispensable para la democracia, la existencia de una oposición fuerte e influyente, en el buen sentido de la palabra. Pero también, es necesario que exijamos una oposición a la altura de las circunstancias, respetable, honorable. Como ciudadanos no podemos tolerar una oposición pervertida y de vergüenza. Seamos críticos hacia los dos lados, con el gobierno y con los que se oponen a su manera de administrar el país.

No escribo esto con la intención de darles clases de cómo ser oposición, porque no soy maestro, ni politólogo, ni ajusto una década participando y opinando sobre la cosa pública. La verdad es que, como dijo el filósofo griego, Sócrates, “solo sé que nada sé”, pero aquí ando de alborotador.

Sí, qué pena, Andrés Manuel López Obrador, tener que decirte que todos los días llegan alguna vez, aunque tú no lo creas. También tengo que recordártelo a ti: los sexenios tienen fin.