Twitter: @sofissy
Hace algunos años escribí en diferentes medios cómo nuestro país andaba levantando suspiros por todos lados, atrayendo a los inversionistas internacionales (también nacionales) a poner su dinero en diferentes sectores de la economía mexicana, aprovechando los altos intereses en pesos y los fundamentales económicos de México.
Estos fundamentales económicos, también conocidos como indicadores económicos, mostraban un Producto Interno Bruto con tasas de crecimiento superiores a los dos puntos porcentuales, la tasa de inflación hondeaba por la meta de los tres puntos porcentuales de Banco de México, un tipo de cambio por debajo de las 15 unidades frente al dólar estadounidense y tasas de inversión importantes. Además, las expectativas resultaban positivas en medio del debate de algunas reformas económicas que mejorarían aun más a la situación económica de México.
El tipo de cambio FIX cierra la semana en 19.0123 pesos por dólar, prácticamente sin cambio desde ayer (19.0108), y tres centavos más alto que el lunes (18.9803). https://t.co/4nWq26GdMd pic.twitter.com/uNoNidSRvj
— Banco de México (@Banxico) July 19, 2019
Ahora bien recordemos que vivimos en un mundo globalizado, por lo que el efecto de algunas decisiones o desempeños económicos de algunos países repercuten en otros y viceversa.
De esta manera, lo primero que empezó a darle jaque a las economías emergentes y notablemente a México, fue el comienzo de un endurecimiento monetario en Estados Unidos.
Por obvias razones, los inversionistas comenzaron a mover su dinero hacia dicho país ante el atractivo de un mejor rendimiento y por la solidez económica. Después comenzó la guerra petrolera que provocó la caída de los precios internacionales de crudo a niveles mínimos históricos, repercutiendo directamente en las economías productoras de este bien.
Al mismo tiempo, comenzó a expandirse un sentimiento de proteccionismo nacional: Grecia realizó un referéndum para salir de la Unión Europea, que finalmente permaneció en el bloque, o Reino Unido sí voto a favor de finalizar sus vínculos con el bloque europeo, y más recientemente, la guerra comercial de Estados Unidos en contra de cualquier economía con la que presente un déficit comercial.
Todos estos elementos generaron presiones a los fundamentales económicos mexicanos: el peso mexicano gradualmente fue depreciándose para colocarse por arriba de las veinte unidades en gran parte por las presiones de Estados Unidos por revisar el TLCAN junto con Canadá, la producción petrolera se debilitó, que gracias a una buena cobertura del gobierno mexicano, pudo no presionar fuertemente a las finanzas públicas.
Sin embargo, los precios al consumidor se dispararon con lo que afectó al consumo nacional, que entre otros elementos, repercutieron en la actividad económica en general.
Bajo este esquema, es cuando la nueva administración aprovechó para venderse como el cambio necesario para mejorar al país (no sólo la nueva administración sino todos los demás partidos políticos decían ser la buena opción para mejorar la situación de México), con lo que además ha querido actuar con la bandera de sostener unas finanzas públicas sanas e impulsar a la economía con el combate a la corrupción y con el apoyo a las familias bajo transferencias económicas.
El pequeño detalle es que le ha tocado un contexto de desaceleración económica mundial, que independientemente de algunos elementos que ya se mencionaron anteriormente, era de esperarse después de un ciclo de bonanza tras la crisis financiera de 2007.
Al mismo tiempo, el gobierno ha enfrentado grandes retos al no estar logrando una empatía por parte de los inversionistas, atribuido a la cancelación de grandes proyectos reafirmada mediante consulta social, o por la decisión de realizar otros proyectos también decididos por el mismo medio.
De esta manera, hemos visto que México ha mostrado un desvanecimiento en el título de moda, y enfatizo esto se ha producido de manera gradual a lo largo de varios años.