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Si pudiera escribir como en recetario los elementos necesarios para cocinar a mi persona ideal, uno de los ingredientes indispensables, sin duda alguna y con total seriedad, sería que no sólo le guste, sino que le encante la cebolla.
Se cuenta que, desde que empezaron a mostrarse mis dientes de leche comenzó mi historia de amor con esta liliácea. Devoraba cebollas como si fueran mangos o manzanas.
Así aprendí a caminar sobre la olorosa línea entre el horror y el encanto sin saberlo.
Pasó el tiempo y mi fascinación con este tubérculo creció conmigo. Me di cuenta de la poca tolerancia que los otros le tienen a ciertos olores y sabores. Me quise hacer inmune a los gestos de las otras niñas que le quitaban hasta las orillas al pan que guardaba sólo un pedazo tibio de jamón y dos embarradas de mayonesa, mientras que mi lonche se desbordaba de rodajitas a veces moradas, a veces blancas; eso si nunca inadvertidas.

Tuve que tomar decisiones importantes: quitarle la cebolla al lonche de la escuela, o quedarme sin amigas para jugar en el recreo. Terminé desayunando sola por un tiempo.
Luego llegó Martha, a ella no le gustaba ni un poquito ningún aspecto de las cebollas, pero le caí tan bien que no le importó que a mí sí, y nos hicimos amigas. Las mejores amigas. Seis años después se mudó de ciudad sin previo aviso. Lloré tanto que parecía que se habían acumulado todas las moléculas sulfuradas de las cebollas que me había comido hasta entonces. Nos comunicábamos por medio del correo convencional. La primera carta que recibí era una confesión, me contó que desde la mudanza comía cebolla para sentir menos mi ausencia ¿Quién iba a imaginarse que un tubérculo apestoso fuese de ayuda para superar una separación?
No pude más que sonreír; es bien sabido que así como puede ser un sabor fuerte y picante, una de sus cualidades es que puede hacerse suave y llena de dulzor.
Hay gustos irrenunciables; comida que no puedes dejar por nadie, ingredientes que no son negociables, porque es justo en esos pequeños detalles en los cuales radica el sabor de un platillo y la oportunidad de crear conexiones inigualables con quienes compartes aquello que tanto te gusta.
Se dice que cada quien escoge su cebolla para llorar; y si, pero también para darle sabor a casi cualquier platillo en todas las variantes gastronómicas del mundo. Ya sea que las prepares rellenas, asadas, crudas, hervidas, picadas, en ensalada, sopas, caldos, vinagretas… una cebolla nunca sobra, al menos no en mi cocina, en mi casa, ni en mi vida.