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Amante de Buen Comer®

Me gustan los huequitos locales, esos lugares que están ahí, a una o dos cuadras de casa, a esos que llegas caminando, pequeñitos, acogedores, que son nuestros. Me gustan los lugares que le dan distintos toques a las ciudades, a las colonias y cuadras, que se vuelven famosos de boca en boca, que cuando se les menciona, quien lo refiere, es capaz de remontarse a su asiento en ese lugar, y mejor aún, al bocado de su plato.

Me gustan los pequeños comercios familiares que comparten esa calidez con los comensales y que hacen que el momento sea grato y la comilona espectacular.

En la Ciudad de México así hay colonias, icónicas por sus pequeños espacios. La Roma, con sus calles de nombre de ciudades y del gran general, llenas de tienditas orgánicas, restaurantes para todos los gustos y uno que otro comercio vintage listo para el mercado hipster.

La Condesa, con sus bares y restaurantes, cotidianos y excéntricos, con su lindo parque España y sus espacios culturales. Y así podría seguir enlistando, pero me quedo en la Cuauhtémoc. La colonia con el nombre del último Tlatoani, en el pleno centro de nuestra gran Tenochtitlán, pero a la vez donde se postra la sede del imperio yankee en nuestro país; con sus oficinas gubernamentales, sus rotondas con ilustres personajes célebres y, por supuesto, con sus varios rinconcitos deliciosos que vale la pena visitar.

Así es como conocí la Casa del Fuego[1]. Amplias recomendaciones, pero particularmente la de mi chefcita, nos llevaron a mi otra hermana y a mí a, muy temprano en la mañana, dirigirnos a este chiquitito café. Y cuando digo chiquitito es porque en verdad lo es, tres mesas afuera y una barra adentro son todo el espacio donde los comensales esperan ansiosos un espacio para deleitarse con su corta pero bien ponderada carta.

La especialidad del lugar es el café. Para aquellos amantes cafetaleros esta es una parada forzada en sus destinos. Chiapaneco, de Oaxaca o de Veracruz, la molienda de este lugar es deliciosa y lo mejor, es que puedes llevarla a casa. En mi caso, confesaré que no tomo café con regularidad, pero cuando se me antoja uno, trato de que sea algo que valga la pena y sin duda aquí lo fue.

Un flat white bien cargado con su toquecito de leche fue mi despertador mañanero. Claro está que no podía dejarlo solo y lo decidí acompañar con un calientito chocolatín crujiente que devoré en menos de lo esperado.

Como ustedes saben mi fuerte son las calorías sólidas, por lo que siempre los platos serán mejor recibidos en mi vida que las bebidas (siempre con honrosas excepciones). La decisión del plato principal en mi desayuno fue una cosa complicada, y fue así porque el menú era bastante atinado con el buen gusto y, decidir, se volvía una pena porque alguna otra cosa buena quedaba fuera de la elección.

Opté por un suculento jitomate relleno de queso de cabra y huevo acompañado de pan tostado y ensalada fresca. Al principio sentimos que los platos tardaban un poco en llegar, después volteamos a la cocina y vimos como una señora felizmente preparaba justamente mi jitomate. Al verla me recordó cuando visito a mis tías del pueblo, entregando cariño desde la cocina.

Y definitivamente valió la pena la espera, el jitomate, desde su presentación, finamente postrado sobre el enorme y esponjocito pan, brillante y sin marcas de su apertura, era perfecto. El relleno, espectacular, la mezcla entre el queso de cabra derretido y el huevo tipo pochado, acompañado de la frescura del jitomate, hizo que cada bocado lo disfrutara felizmente. Mi plato al final quedó limpio, como si nada hubiera pasado sobre él.

Queridos amantes del buen comer®, no dejen de deleitarse con los pequeños detalles que nos regala la vida, y menos aún, con los pequeños lugares que nos alegran el estómago y el corazón.

¡Buen Provecho!

Amante del Buen Comer®

[1] https://www.facebook.com/Casa-del-Fuego-608473745950141/