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Sudán (hoy Sudán del Sur) y la República Democrática del Congo fueron los primeros países en presenciar los estragos del Ébola, uno de los virus más mortíferos de los que se tiene registro. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde su primer brote en 1976 y hasta 2016 se han detectado más de 31 mil contagios y se contabilizan 13 mil decesos relacionados.

En 2014 comenzó la mayor epidemia de Ébola conocida por el hombre.

Después del primer brote, los contagios permanecieron acotados a una cierta región de África ecuatorial, en zonas de baja densidad poblacional y en espacios geográficos de difícil acceso -lo que facilitó el control del virus-, manteniéndose esta tendencia hasta 1979.

Posteriormente, en la década de los ochenta el virus pareció desaparecer de los registros y reaparece hasta 1994 en poblaciones de Uganda, Congo y Sudán principalmente, acumulándose centenas de casos, más tarde, entre el 2000 y el 2013 los contagios se triplicaron respecto a la década anterior, sin presentar una variabilidad considerable en razón de las zonas geográficas.


En 2014 comenzó la mayor epidemia de Ébola conocida por el hombre, la fiebre hemorrágica había sido la causa de muerte de 1,600 personas hasta 2013, mientras que entre 2014 y 2016 murieron más de 11,400 (poco más del 40% de los pacientes infectados), registrándose contagios en zonas urbanas y en países en donde no se tenían antecedentes, ni experiencia en la contención del virus como Nigeria, Sierra Leona, Senegal y Liberia, en este periodo también se registraron los primeros contagios y decesos fuera del continente africano.

La pandemia de 2014 expuso varias deficiencias que comparten los principales países afectados, las condiciones de extrema pobreza, la vulnerabilidad de las instituciones de la salud, la insuficiencia de personal y de recursos médicos son la constante de un continente en el que cada año y a puerta cerrada muere medio millón de personas a causa de la malaria.

La inoperancia de los gobiernos para reaccionar ante esta contingencia quedó expuesta ante el inicio de una epidemia que años atrás Médicos Sin Fronteras había declarado inminente.

Ante la carencia de recursos, la prevención es la única defensa, pero por 40 años se ignoró la crónica de una epidemia anunciada.

El virus se logró contener en 2016, pero en agosto de 2018 el fantasma del Ébola resurgió y ha cobrado hasta la semana pasada más de 1,600 vidas, siendo el brote cada vez más amenazante, esta vez acentuado por conflictos étnicos -asociados también al control de los recursos naturales-, que se libran cerca de la frontera que comparte el Congo y Uganda.

Es decir, los conflictos de baja intensidad existentes en la región son especialmente preocupantes en relación a la epidemia por dos motivos fundamentales:

1) Dificultan los esfuerzos internacionales para contener la epidemia y los de los servicios de salud para atender los contagios, y

2) la situación pudiese empeorar debido a que existe el riesgo de que el virus se propague en los lugares de tránsito y destino de los refugiados derivados de las beligerancias (se estima que existen 300 mil desplazados a causa de la violencia).

La migración forzada a causa de la guerra podría provocar el resurgimiento de una epidemia simultánea a la del lugar de origen como sucedió en 2015, si bien, el que algún refugiado sea huésped del virus es un supuesto, el riesgo no debe ser menospreciado, las atenciones dadas a los refugiados provenientes de la región deben ser especialmente cautelosas, los virus no entienden de fronteras.