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La soledad presidencial ha sido tema de libros y conferencias, pero también de miles de comentarios que han llenado las páginas de diarios, blogs, sitios web de noticias y redes sociales. No es un tema nuevo, pero sí lleno de variantes a partir de la personalidad y las características del mandatario en turno.

El presidente Andrés Manuel López Obrador es un buen ejemplo del jefe del Ejecutivo que se va quedando solo.

Las renuncias de prominentes miembros de su gabinete han puesto al descubierto que el gobierno de la 4T no está exento de intrigas palaciegas y descarnados pleitos.

La carta de Carlos Urzúa para renunciar a la titularidad de la Secretaría de Hacienda es el más vivo ejemplo de que el presidente Andrés Manuel López Obrador corre el riesgo de quedarse solo en un tiempo récord. Y no es para menos, ya que AMLO quiere que sus colaboradores sean como sus clones, que piensen y vivan a su imagen y semejanza. Que nunca lo cuestionen ni osen usar una coma o una letra para contradecirlo.


Por ello, desde que llegó a la presidencia de la República, el tabasqueño ha buscado concentrar el poder para resolver los problemas en forma rápida y expedita. Pero con esto, López Obrador le resta autoridad a su equipo y les quita el necesario margen de maniobra para que puedan operar con eficiencia en las áreas de su respectiva competencia.

Como lo hemos podido comprobar con las conferencias mañaneras de cada día, pareciera que las prioridades del presidente no están encontrando eco entre sus colaboradores. En el fondo, lo que vemos es que no solo se trata de un simple desacuerdo; lo que resulta preocupante es que no hay cohesión en el gabinete presidencial, porque muchos de ellos no están convencidos de lo que hacen y no se sienten cómodos de las directrices que les marca el máximo líder de la 4T.

¿Falta de liderazgo? ¿Objetivos que no están claros? ¿Distintas visiones del mundo? Muchas son las preguntas y pocas las respuestas, pero lo cierto es que las prioridades de AMLO no checan con las de la mayoría de su equipo.

Sabemos que el presidente privilegia los programas sociales y busca apoyos para Pemex y la CFE para darles una nueva viabilidad. Esto ha propiciado fuertes encontronazos dentro del gabinete ya que la rebatinga por los dineros públicos es el detonador que ha propiciado renuncias tan importantes como la de Germán Martínez al IMSS, y ahora la de Carlos Urzúa a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

Incluso, como lo menciona Antonio Ocaranza, en un artículo aparecido el pasado 10 de julio en Forbes:

“Urzúa se convirtió en un secretario incómodo que se oponía a decisiones públicas que el presidente respaldaba y que son fundamentales para el cambio de régimen que desea llevar a cabo”.

¿Cuántos integrantes del gabinete estarán ubicados en una situación similar a la de Carlos Urzúa? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que venga la siguiente renuncia por diferencias irreconciliables con el presidente?

A todos los frentes abiertos por el gobierno de la 4T, como la crisis de inseguridad, el desabasto de gasolina, la falta de medicamentos en el sector salud, los flujos de migrantes y la rebelión en el seno de la Policía Federal, ahora se suman los pleitos y desacuerdos entre quienes integran el gabinete presidencial. Acosado por todo ello, en apenas 7 meses del arranque de su gobierno, al presidente se le percibe cada vez más solo.