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“Los hombres pueden hacer leyes para poner trabas y obstaculizar la votación, pero no pueden impedir o retardar el crecimiento y la maduración de nuestra conciencia”.

-Booker Taliaferro Washington

Desde hace unas semanas el tema de una nueva reforma electoral ha sido una constante en los medios de comunicación y en algunas cuentas de redes sociales.  Se organizaron foros en la cámara de diputados  (criticados por no tener difusión suficiente y convertirse en un club de Toby) y se han publicado numerosas columnas que  analizan el tema desde el punto de vista legal, económico, político, metodológico, constitucional y de derechos humanos.

Sin embargo, fuera del círculo de los electoralistas serios, así como de algunos electoreros  oportunistas, no he visto que este tema haya trascendido  hacia las charlas de café o que exista en la población general un interés particular al respecto.

Y es que, ¿por qué tendría nos tendría que importar a los mexicanos que ooootra vez se esté discutiendo cómo se va repartir los puestos a través de las urnas y cómo será que el gobierno y los partidos pelearán por el poder?

Pareciera que décimo que ellos, los otros, los políticos, el gobierno, esos ajenos son los que deciden y se reparten el pastel, PRD, PAN, Morena, MC, PRI y nosotros nos retiramos de la mesa de juego por desinterés

Sin duda es una posición razonablemente lógica, muchos de nosotros no sentimos que la democracia y, de forma específica, las reglas e instituciones electorales nos aporten nada o nos beneficien en nada. Al final nada afecta lo que pasa…

¿Es verdad esto? Revisemos un poco.

Desmemoria histérica

Sin duda en México tenemos una memoria bastante corta y tendiente a la emocionalidad coyuntural.  Por eso pareciera que no nos enteramos que vivimos en un México que tiene retos enormes en la actualidad, pero en el campo de la política y las elecciones nunca habíamos tenido los ciudadanos tantas libertades y tanta capacidad para influir en el futuro del país a través de nuestros votos.

Como prueba está que el actual gobierno surgió de una elección en la que el voto fue lo que contó, gracias a las leyes y el trabajo de instituciones y ciudadanos. Nosotros decidimos que Andrés Manuel llegara a la presidencia constitucional, ya fuera votando a favor o en contra, ya que jugamos con las reglas existentes, a través de todo el entramado institucional: INE, OPLE, TEJPF y tribunales locales.

En otras palabras, funciona la democracia electoral de los mexicanos.

Lejos quedan las caídas del sistema (saludos desde aquí a la CFE, por cierto), los asesinatos políticos contra la oposición (aunque si hay más violencia política, no parece orquestada desde el gobierno) y sobre todo, tenemos las pruebas de que nuestra histeria electoral no tiene fundamentos reales, más allá de las teorías de la conspiración auto inducidas.

Simplemente recuerden el “escándalo” de los lápices para marcar las boletas del año pasado. Se virilizaron videos que “demostraban” que no eran efectivos, se habló de pruebas de una masivo fraude a partir de esto y se pusieron los pelos de punta a muchos ante la idea de que había una trampa a punto de activarse.

Responda esto, querida lectora/lector, ¿qué pasó? ¿Alguien lo reclamo después de la noche del 1º de julio de 2018?

El caldo y las albóndigas

Sin duda, el argumento económico es muy válido pero tenemos la democracia electoral que nos hemos ganado. La boletas tiene enormes medidas de seguridad debido a que tememos el robo de urnas o su embarazo; el padrón es enorme porque queremos que todos los mexicano puedan votar; se monitorea miles de estaciones de radio y TV porque no queremos que nos vean la cara o que nuestro candidato no tenga la presencia en medios que merece; se analizan y resuelven decenas de miles de asuntos en tribunales ya que queremos que nuestros derechos y supuestos triunfos se respete y se les da decenas de miles de millones a los partidos para evitar que el narco o el innombrable o los extraterrestres metan lana y manejen –aún más- la política y elecciones.

Y aún no hablamos de las elecciones en sí mismas, vaya rollo. Para mi es claro, el argumento de la austeridad viene con jiribilla, como de pelota de béisbol ensalivada.

Les invito a que se pregunten… ¿si reducimos de golpe el 50% del financiamiento qué pasa con los partidos y la competencia política?, ¿si desaparecemos los institutos locales cómo vamos a llenar ese vacío y cumplir sus funciones? ¿Si eliminamos al INE que impedirá que el gobierno o un poder fáctico o la delincuencia organizada se hagan del control de las elecciones?

Si podemos aceptar que se inviertan decenas de miles millones de pesos en proyectos gubernamentales que no están certificados ambientalmente y seguros de cumplir sus funciones, ¿por qué desaparecer una de las pocas cosas que si funcionen en México como el sistema electoral?

¿Qué hacemos los ciudadanos?

El tema es complicado y árido pero creo que podemos empezar por tres cosas sencillas: 1.- cuestione lo que cree saber… ¿De verdad tiene claro cómo funcionan las elecciones, los partidos y las instituciones del área o solo repite las cosas que escuchó en alguna parte? 2.- Infórmese: De la historia de México en los 70, 80 y 90 del siglo pasado; de cómo se reparten los dineros electorales hoy en día y para qué; de las propuestas reformistas que se hacen (desde las de Pablo Gómez, hasta las de Lorenzo Córdova), 3.- decida su posición pero deje de lado la tripa y el enojo, no sea un fifí o un chairo…sea un mexicano responsable que aporta al beneficio de su país.

Al final por eso nos tiene que importar la reforma electoral.