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Durante mucho tiempo la narrativa política en la sociedad mexicana estuvo caracterizada por un “nosotros” (los ciudadanos) contra “ellos” (los políticos). Al principio, se les concebía como un subgrupo de los ciudadanos a los que les gustaba “andar en la grilla”.

En general, siempre existió cierta percepción de “la política” o “la grilla” como algo ajeno, incluso negativo. Como un fenómeno que se cuece aparte, un ingrediente social que hace falta (porque alguien tiene que gobernar, porque así funciona “esto”), pero del que no se puede esperar nada si no es temporada electoral.

En un régimen autoritario como el PRI en sus años dorados, la alienación de la sociedad no solamente estaba fomentada por el concepto de “la grilla” como algo negativo, sino también por la inexistencia de alternativas partidistas para canalizar el descontento con el funcionamiento de “el sistema” y los altos costos personales para quien intentara crearlas.

Con la escisión del PRD del PRI en los 80’s, pero principalmente con la transición del año 2000, se gestó un cambio en la narrativa. En esta narrativa, alimentada por 70 años de autoritarismo y corrupción, el PRI y las acciones unilaterales y corruptas en las que incurrió para mantener el poder en general, se volvieron el enemigo a vencer.

Fox logró que un porcentaje importante de la población, harta con “lo mismo de hace 70 años” lo apoyara con su voto.

Fueron muchos factores los que permitieron la victoria del panista como para poder enlistarlos, pero uno de los principales fue la existencia de un Instituto Federal Electoral imparcial y confiable que validara el resultado de una elección que, aún ese mismo día, muchos señalaban que “el PRI jamás permitiría”.

Pero la transición decepcionó. El cambio profundo prometido en la campaña nunca llegó de la forma en que la gente lo imaginaba. No hubo una reforma profunda de instituciones, no hubo políticos corruptos en la cárcel, no hubo una redistribución real del ingreso entre los más vulnerables. Y en 2006, esto pasó factura.

En el resultado más cerrado en la historia de México, Felipe Calderón venció a Andrés Manuel López Obrador por menos de un punto porcentual. AMLO, testigo del legado histórico del PRI, trató de revivir viejos fantasmas conocidos para los mexicanos: la “elección de Estado”, la “parcialidad de un instituto electoral a modo”, el “fraude electoral”. Con estas banderas empezó un nuevo cambio en la narrativa.

 

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No estamos solos, contamos con el apoyo de quienes todavía luchan por la justicia y gobiernan con su ejemplo.

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El nuevo enemigo eran todos los políticos (representados por el PRIAN) y “el sistema” que nunca se fue, que sólo cambió de cara. Para 2012, aunque muchos adoptaron la narrativa obradorista, sorprendió la victoria de un “nuevo” priista. Con un aventaja porcentual muy significativa, AMLO no pudo revivir la bandera del fraude, pero nunca soltó la del sistema corrupto, con todos sus políticos incluidos (excepto él y sus allegados, por supuesto).

Y el tiempo le dio la razón. La administración peñista, cerrada, arrogante y replicando las peores prácticas del pasado, se volvió un enemigo formidable. De pilón, el Pacto por México confirmó el discurso que AMLO mantuvo durante 12 años:

“Todos son iguales”, “todos son corruptos”, “todo está mal, todo tiene que cambiar”.

Y con este discurso convenció a poco más de la mitad de los electores.

Como siempre ha sucedido, el final de la campaña trajo una nueva narrativa, pero esta vez con un giro extraño. La división nosotros/ellos entre ciudadanos y políticos se rompió.

AMLO y los ciudadanos fomentamos un discurso en el que la ciudadanía sólo puede pertenecer a dos grupos: el que lo apoya y cree en el cambio, o el que lo odia y lo quiere ver fracasar.

Como si los políticos de pronto fueran confiables y no tuvieran como objetivo mantener el poder. Como si alguien que va en el mismo barco deseara el choque con un iceberg sólo para probar que tenía razón. Ambos conceptos son falaces, y urge que se conciban como tales.

La gente que votó por AMLO no le dio un cheque en blanco, y tienen derecho a mantener la fe o exigir que cambie el rumbo cuando se desvía de sus promesas. La gente que no voto por él tiene derecho a señalar lo que está mal y tratar de incidir en lo que pueda para que se rectifique el rumbo.

El enemigo es la inseguridad, es la pobreza, es la corrupción, es la desigualdad. Atacar a quien enfrentará las mismas consecuencias de un buen o mal gobierno es un sinsentido. Atacar a otro mexicano es atacar a un extraño enemigo.