Twitter: @marisahurtadom
“Alterar y trastocar la forma de alguna cosa o situación”, esa es la definición más sencilla y concreta de la corrupción. Si bien esta puede manifestarse en infinidad de formas, esencialmente es siempre lo mismo: la transgresión, la violación de algún tipo de ley, la depravación moral o simbólica.
Desde el momento en que nacemos empezamos a ser corrompidos por influencias externas. Por los valores que nos imparte la sociedad y nuestra familia, por la educación que recibimos, por el país en donde crecemos, por las decisiones propias que tomamos.
En realidad, podríamos tomar absolutamente todo como una descomposición de nuestro espíritu o esencia original.
Es evidente, a partir de esta descripción, que diariamente nos encontramos inmersos en contextos de corrupción, ya sea que nosotros mismos la utilizamos para conseguir nuestros fines, o porque se expone a partir de nuestra ambición o debilidad.
Puede sonar terrible pero la realidad es que todo el mundo tiene un precio, sólo se tiene que saber cuál es.

Sin embargo, hay que saber diferenciar entre los tipos de corrupción, ya que no todos tienen las mismas consecuencias. Para explicar este punto hay que regresar a la base de que todas las sociedades se constituyen a partir de la ley, la cual es entendida como lo que separa lo que se puede (y lo que se debe) hacer, de lo prohibido.
Bajo este principio, no hay ley que no sea transgredida. Aunque sea sólo un poco y por sólo algunos, las normas tuvieron y tendrán siempre cierto margen de incumplimiento. ¿Y por qué es esto? Porque como seres humanos, en nuestro lado más primitivo, nos gusta cruzar las líneas que nos dictan el comportamiento social y seguir nuestros instintos, en lugar de las reglas impuestas.
Asimismo, ciertas veces consideramos que violar la ley está justificado. Si tenemos que negociar con un delincuente por la vida de un ser querido, si cometemos fraude o algún acto ilegal sin aprovecharnos ni pasar por encima de los derechos de otras personas, lo vemos como una corrupción sin repercusiones y probablemente guiada por una debilidad (emocional, por necesidad, por desesperación). No obstante, no deja de ser corrupción.
Por otro lado, existe la corrupción gobernada por la ambición económica o por el poder, la cual tiene un fondo egoísta y con fines personales. Esta es la corrupción en su forma más pura y vulgar, y consiste en utilizar el tráfico de influencias, el soborno y la extorsión para obtener alguna ventaja, sin preocuparse de las repercusiones que las circunstancias puedan tener en un tercero.
Finalmente, todo ser humano enfrenta la insoportable corruptibilidad de su ser, pero no por esto tenemos que doblegarnos ante ella. A pesar de ser ineludible, la corrupción ocupa un lugar marginal en muchas sociedades, y queda en nosotros utilizar los mecanismos sociales y los medios para reprimirla y reducirla a su mínima expresión.