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No es mentira que sintamos el “fenómeno” de la inseguridad por doquier, tampoco nos encontramos ante la subjetiva lucha que suponen algunos de los partidarios de Andrés Manuel López Obrador, quienes defienden con datos duros de su “instituto” la dizque negligencia de los medios de comunicación, quiénes señalan un aumento genérico de más del 100 % en delitos de alto impacto en el país.
La Ciudad de México es uno de los sitios más afectados por supuesto, y hasta la entrada de Harfuch un lugar con plena negligencia para actuar ante siniestros delictivos.
Más que “agredir” al gobierno y entendiendo el acento que le dio Felipe Calderón a la cifras de violencia en el país, sumadas con el mal retorno priista en materia de seguridad, hay que empezar con las consideraciones oficiales.

La 4T nos dice que los incidentes delictivos tienen 2 posibles vertientes:
Primero, la oposición desplazada y los medios de comunicación son los encargaos de crear psicosis colectiva, apoyándose de cifras maquilladas por gobiernos pasados, lo que implicaría una falacia en tanto la “seguridad” que decían números oficiales, por ende y de modo paralelo, se dice que los incidentes han sido magnificados para dar la apariencia de tendencia creciente.
Ahora bien, ¿cuál es el discurso opositor? Ineptitud, los gritos dirigen la elección de representantes y los funcionarios designados, en conjunto con el discurso de un Presidente mexicano que “trabaja” la seguridad “tolerando” la delincuencia y victimizando a quiénes son los malos de la trama, la réplica es igual que con los gobernantes pasados, impunidad y corrupción, el error aquí es la incongruencia no con los hechos, sino con el discurso y sobre todo con la promesa de campaña número uno de los que ganaron, “Lucha contra la corrupción”.
Los cambios estructurales más importantes en el emprendimiento obradorista han sido el combate al huachicol y la creación de una guardia nacional (desplegada hoy en la frontera norte de México -curioso-). Al mismo tiempo, los números de decomiso de drogas ilegales han bajado de forma considerable, de hecho, la ejecución en torno al negocio del narcotráfico expresa una guerra mal entendida.
Resulta que la propuesta política nos muestra instituciones que quieren pacificar el país, sin embargo ¿es eso el término del crimen organizado? Las estrategias no parecen coincidir con las metas y con toda humildad, me parece tampoco resuelven la corrupción e impunidad, viciosas y repetitivas si se comprenden como mera causa y consecuencia del delito.
Sin importar la voluntad política o los cambios estructurales, como sucede con puestos estratégicos, el crimen organizado es más que un quita pon de funcionarios o creativas estrategias, mucho se debe a la desorganización gubernamental.
Lamentablemente la violencia es un fin en sí mismo, sin embargo, el crimen organizado no lo es, y ello es lo que hay que distinguir y asimilar para trabajar. Existen costos que se están asumiendo por los líderes de carteles y bandas criminales, los intermediarios para delinquir cambian tanto como lo hacen los servidores públicos, material e intelectualmente. Mi preocupación gira en torno a las modas en delitos, puesto que ciertos “negocios” se han vuelto menos rentables como el robo y extorsión, las actividades se han complicado por una falta de recursos generalizada y lo que hoy tenemos son desapariciones y secuestros por doquier, jugando en el mercado criminal.
La consciencia social es prioridad y las extracciones militares de células delictivas también, sobre todo en los criminales comunes, pero estas medidas son alternativas temporales, difusas, recuerden que a falta de empleo uno siempre busca dónde más talar y eso sólo deja opciones limitadas mucho más peligrosas, las organizaciones criminales de mayor nivel, migración de plazas y una forma de vida que consolidó a Félix Gallardo y debilitó a buenos y malos, la verdadera organización delictiva.