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El secuestro y asesinato del joven universitario Norberto Ronquillo se ha convertido en un símbolo desgarrador de la violencia e impunidad que vive México. Se trata de un hecho lamentable que pone en el centro de la discusión pública la capacidad de las autoridades para hacer frente a la crisis de seguridad que amenaza nuestra tranquilidad y que exhibe la vulnerabilidad de nuestras instituciones.


Las cifras hablan por sí mismas. El número de secuestros, desapariciones forzadas, muertes violentas, asaltos al transporte público, entre otros delitos, van en aumento, y cada día son más evidentes a los ojos de todos.

Las escenas que se repiten todos los días en las redes sociales y los medios de comunicación son la evidencia del dolor que vivimos como sociedad. La violencia en la calle, en las escuelas, en el hogar, son los síntomas de una grave enfermedad. Y la cura a este dolor no aparece por ningún lado.

¿Cómo mitigarlo?

¿Cómo frenar este incómodo y punzante dolor que ya vive con nosotros? Ese dolor que se multiplica ante los abusos, ante la corrupción, frente al permanente mensaje de impunidad que nos embarran en nuestras caras los videos e imágenes de asaltos, asesinatos, políticos corruptos, etc.

¿Nos tenemos que acostumbrar?

¿Hasta dónde llegará nuestro umbral del dolor?

Ante esta realidad violenta que nos agobia y nos deja con un sentimiento de gran impotencia, el discurso de las autoridades aparece como anticlimático.

Cómo pedir unidad cuando el mensaje de nuestro presidente ha sido de división, encono y lleno de violencia verbal reflejada en un sinnúmero de calificativos hacia sus adversarios.

Resulta lógico que el mensaje de confrontación genere un ambiente de división. ¿De qué se extrañan nuestras autoridades cuando llaman a la unidad frente a los embates del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y buena parte de la clase política del país y de la sociedad no respondan a ese llamado?

¿De qué se extrañan las autoridades, de la creciente animadversión que muchos mexicanos sienten frente a los migrantes que vienen de Centroamérica?

¿De qué nos extrañamos todos, cuando en las casas, en las calles y en las redes sociales, la violencia es el pan de cada día?

Este es el ambiente que propicia también un mayor escepticismo ante la inacción de las autoridades frente al desafío de la violencia y su eterna acompañante, la impunidad.

El mensaje que recibimos todos los días y que se multiplica en todas las plataformas de comunicación, tradicionales y digitales, es de impunidad.

Es de dolor, es de impotencia. Es de una goleada que nos ponen los delincuentes de todo signo a los ciudadanos de bien. Y con ello, se multiplica el dolor y el sentimiento de derrota.

Esto afecta también nuestra autoestima como mexicanos. No basta con el “amor y paz”, se requieren políticas efectivas que involucren a todos los sectores de la sociedad para poder enfrentar, ahora sí, en unidad los graves síntomas de esta enfermedad antes de que no tenga remedio y termine por matar al cuerpo social.