Twitter: @Manuel_JafetPV
Mucha tinta se ha vertido, en distintos espacios, para hacer mención a los cambios sociales e intergeneracionales que hemos de enfrentar en el corto y mediano plazo. Estamos ante un contexto donde tiene que haber una transformación en el modo de vida y consumo, la propia capacidad de carga de la tierra nos lo exige.
Aunado a esto, existe una mayor atomización del individuo por encima de lo comunitario. Dicha individualización conlleva como epílogo una negación a entregar parte de la autonomía individual y diluir la personalidad en las instituciones.
Las juventudes son quienes están al centro de estas nuevas dinámicas. La realidad llena de desigualdades, falta de oportunidades, discriminación y violencia parece alejarlos de un sistema que se niega a cambiar.
Esta semana gran parte del país se llenó de indignación. Norberto Ronquillo, un joven estudiante, fue secuestrado y posteriormente asesinado. El lamentable acontecimiento confirmaba algo que ya sabíamos: nadie es ajeno a la violencia del país, ni siquiera en la capital.
La Ciudad de México, otrora oasis de paz, ahora se encuentra bajo el asedio de la delincuencia.
De enero a marzo el secuestro se disparó 550%, la extorsión aumentó 127%, el robo a negocio 62%, homicidios 48%, robo de vehículo 46% y narcomenudeo 31%, de acuerdo con cifras del Semáforo de Delitos de Alto Impacto en el país.
Esto es lo que sabe sobre la muerte de #NorbertoRonquillo https://t.co/BAQkpruaTv
— Gluc (@GlucMx) June 11, 2019
La violencia sigue sin dar tregua y se expresa con especial ahínco en las y los jóvenes. Un claro ejemplo de esto son las cifras de desaparecidos; Jóvenes de 15 a 29 años representan 55% de los desaparecidos en el país. (Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, RNPED). La narrativa institucional construida, en torno a muchos de estos casos, tiende a centrarse en la criminalización de las víctimas como respuesta inmediata.
Políticos y autoridades repiten como una especie de mantra pero con distintas variaciones “estaba en malos pasos”, para minimizar la gravedad de un acontecimiento. Prácticas que sólo tienden a generar descontento e indignación. Simultáneamente se crea escepticismo sobre el trabajo de las instituciones y se configura un aura de corrupción y complicidad.
Comúnmente se afirma que las juventudes no posen información mínima o consistente de los acontecimientos sociales y sobre los actores políticos. Por lo tanto manifiestan un alto grado de apatía y despolitización.
Nada más erróneo y falso. La apatía hacia el sistema y las instituciones que lo conforman se genera más por falta de credibilidad, y/o desconfianza, que por falta de información.
Esto a su vez provoca que haya un bajo involucramiento de las juventudes, en el ámbito político e institucional, y genera una pérdida de legitimad del sistema. Si el Estado no puede cumplir con una de sus máximas -que es preservar la vida e integridad de los gobernados- sus instituciones y dirigentes dejan de tener respaldo popular.
No es que las y los jóvenes sean ajenos a su entorno político. Siguen manifestando adhesión a la democracia y sus valores, siguen participando social y culturalmente en distintos ámbitos y temas que a pesar de su corto alcance y desinstitucionalización, preservan un sentido político ineludible.
Sin embargo, mientras el sistema no muestre señales de cambio y acepte sus propias deficiencias, se optará por redes horizontales de acción en lugar de vías institucionales.