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Diariamente estamos expuestos, de manera directa o indirecta, a la violencia desmedida, al desprecio por la vida humana, a la tragedia. Sin embargo, en lugar de que esto sirva como un motor para combatir y cambiar dichas condiciones, hemos caído en la desesperanza aprendida.

La desesperanza aprendida es principalmente una condición en la que el ser humano experimenta una sensación profunda de desaliento; es una especie de frustración e impotencia, en el que se suele pensar que no es posible, por ninguna vía, lograr una meta, escapar de una circunstancia desagradable o remediar alguna situación negativa. La persona empieza a comportarse pasivamente y bloquea toda posibilidad de separarse de su tormento.

Fuente: Revista UNAM

Tal como lo dice su nombre, esta condición se aprende o se impone. Martin Seligman, creador de la corriente psicológica conocida como Psicología Positiva, fue el que estudió a fondo este tema, y junto con Steven Maier, sometieron a un grupo de perros a un experimento en el que se les aplicaba descargas eléctricas impredecibles e incontrolables. Al hacer esto, descubrieron que los animales eran incapaces de anticipar o manejar el estímulo doloroso, por lo cual perdieron su motivación y experimentaban un estado de “aceptación” de su sufrimiento, y de no poder hacer nada.

Y precisamente eso es lo que nos está pasando a los seres humanos en general.

Vivimos anestesiados ante la violencia, nos hemos acostumbrado a ella, y la toleramos como algo inevitable.

Ya ni nos altera, ni nos sorprende, ni nos afecta, y creo que a veces y a muchas personas, ya ni les importa.

Somos participantes pasivos a la brutalidad misma, pues pensamos que mientras quién la padece es el otro y no yo, me es ajeno el problema.

O, por el contrario, al sentir que “siempre pasa lo mismo”, ya no nos causa ningún tipo de impacto. Al estar tan inmersos en la barbarie, nos parece “bien” que nos asalten pero que afortunadamente no nos haya pasado nada, que nos hablen para extorsionarnos y ya sea lo común, que aparezcan fosas con cientos de cuerpos y sea sólo una fosa más, que los narcotraficantes casi casi salgan caminando de la cárcel y no haya repercusiones importantes, etcétera.

Por esto y un sinnúmero más de razones, es fundamental que salgamos de ese estupor que tiene a nuestra mente en un estado constante de aturdimiento. La violencia, la corrupción, la violación de derechos humanos y todo tipo de salvajismo no deben de ser aceptados, ni debemos perpetuarlos. Luchar contra la desesperanza aprendida es saber que todo es causa y efecto, y que, si actuamos con apatía y desinterés, no hay razón para que el contexto cambie. Seamos nosotros los que rompen con el circulo vicioso de desidia al que nos hemos adaptado. Seamos agentes de cambio.