Twitter: @CLopezKramsky
Nadie puede negar que el presidente López Obrador inició como una aplanadora que avasalló a todos durante sus primeros tres meses; esta fuerza y legitimidad que le dieron 30 millones de votos, le permitió tomar decisiones polémicas que fueron duramente criticadas por expertos y analistas de muy variada tendencia. El presidente tuvo el empuje suficiente para ignorar, sin miramientos, lo que las voces disidentes le advirtieron una y otra vez.
#SLP Coordinan esfuerzos gobernadores y presidente AMLO a favor de México | JMC también se reúne con titulares de Semarnat y Sectur para consolidar la protección a la Sierra de San Miguelito y para proyectos turísticos.https://t.co/XTlmTvbO5E pic.twitter.com/psWGS37hSf
— Semanario Exprés (@ExpresSanLuis) June 6, 2019
El nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad de México, la refinería de Dos Bocas, el tren Maya, el despido de miles de servidores públicos altamente especializados y la eliminación de prestaciones en la Administración Pública Federal, la política de abrazos y no balazos en materia de seguridad pública, el fomento de la migración centroamericana, la destrucción de programas de apoyo a personas en situación de vulnerabilidad –léase guarderías infantiles, programas de salud o de combate a la pobreza bajo componentes de creación de capacidades o, incluso, que permitían combatir incendios o procuraban la prevención del dengue-, así como la desestructuración del gobierno federal y el mal entendimiento del significado de la austeridad, -que sacrificó la capacidad de respuesta de su propio gobierno-, son ejemplos y consecuencias de decisiones políticas adoptadas sin planeación y, muchas de ellas, sin tener un marco legal que las respaldara.
No obstante, el presidente López Obrador adoptó estas decisiones y las convirtió en políticas públicas con miras a ser los buques insignia de su sexenio, con lo que pretendió dejar huella en la historia nacional, separándose de lo que él llama neoliberalismo, para encontrar la pureza del pueblo en la pobreza casi franciscana. El presidente, envalentonado por el apoyo popular sin precedentes que tuvo en la elección de 2018, ignoró y pretendió sepultar a quienes no estaban de acuerdo con sus propuestas, provocando una profunda división en los actores políticos, mediáticos, económicos y sociales que permeó hasta la sociedad misma. El presidente no escuchó a nadie que no estuviera de acuerdo con él y, tácitamente, promovió el linchamiento en redes sociales de los que él consideró sus adversarios. Durante tres o cuatro meses, esta estrategia le funcionó muy bien y logró su cometido: consolidar su base social de adeptos, distinguiendo muy bien su doctrina, de la de sus adversarios que encarnan, según él, la corrupción, el neoliberalismo y la depredación política y económica.
#AMLO convocó a ciudadanos a unirse en acto de unidad por defensa a la soberanía en Tijuana.https://t.co/sbKC6pPfUZ
— Gluc (@GlucMx) June 6, 2019
Pero a poco más de seis meses de su toma de protesta, el peso de las cosas ha hecho que todo caiga paulatinamente en su lugar. Las crisis mediáticas del gobierno federal, muchas veces provocadas por él mismo, las suspensiones provisionales otorgadas por jueces de amparo en contra de sus megaproyectos, las renuncias de miembros importantes del gabinete, el freno de la economía nacional en la que se vislumbra una posible recesión futura, el aumento del desempleo o del precio del dólar y, más recientemente, la crisis migratoria y posible guerra comercial con Estados Unidos, han demostrado que el presidente mexicano está rodeado de un equipo que, con sus brillantes excepciones, se destaca por su improvisación, falta de experiencia, desconocimiento técnico y, por encima de todo, por su servilismo.
El presidente López Obrador está solo y todo indica que ya se dio cuenta de ello. Reunirse con los gobernadores panistas y priistas, con la directora del FMI, o convocar a un evento de unidad nacional en Tijuana para defender la dignidad de la patria, son muestras de que el presidente está desesperadamente pidiendo unión en un país que él dividió por decisión propia. El presidente está pidiendo ayuda frente a la serie de fracasos institucionales que sus decisiones unipersonales han generado; en el mar de malas noticias que ha significado la administración de López Obrador, parece haber una luz de esperanza justo cuando el jefe del Ejecutivo Federal parece estar arrinconado y sin idea de qué hacer. Ojalá que esto lo lleve a entender que el gobierno del país requiere de la participación de todas las voces y que él debe ser quien las coordine, no quien las divida y acalle.