Twitter: @MauricioAceves 

Hace algunos años un instructor me dijo:

El drama de las revoluciones tiene dos actos, el primero consiste en desplazar al antiguo régimen, el segundo en fundar y poner en marcha uno nuevo…”

Posteriormente comienza un drama interminable que consta de buscar la consolidación del país en el plano internacional, así como de solidificar el interior.


La narrativa que comenzó el pasado 23 de enero, día en que Juan Guaidó, entonces líder de la Asamblea Nacional de Venezuela desconoció a Nicolás Maduro como presidente, fue el comienzo de una manifestación ciudadana que llevaba gestándose desde 1999, años de descontento generalizado fueron expresados en las calles, sin embargo, el hartazgo social fue sólo el combustible de aquellas imágenes de Caracas que lograron recorrer el mundo acumulando aceptación y admiración.

El discurso de Juan Guaidó ocupó las primeras planas de los diarios en el mundo, las redes sociales acompañaron las causas del movimiento asambleísta venezolano, no obstante, el blitz mediático que desencadenó la esperanza de un cambio de gobierno fue perdiendo fuerza, ese primer envión se agotó con el paso de las semanas, el ánimo interno y externo fueron desgastándose y las ilusiones de cambio presentaron una pausa a causa de las secuencias de hechos relacionados a la real politik, pues detrás del telón no hay fenómeno Guaidó sin Washington, como tampoco permanencia de Maduro sin Moscú.

Existe un punto muerto entre los jugadores en el exterior que se refleja en el estancamiento entre el Gobierno de oposición autoproclamado de Juan Guaidó y el Gobierno de Nicolás Maduro, hasta ahora la presión mediática y social en el exterior de Venezuela ha tenido efectos no determinantes en el desarrollo del conflicto, por otro lado, las acciones diplomáticas y militares que desarrollan otros países en el territorio venezolano han ejercido presión por igual en la oposición y en el gobierno, estancándose éstas también, porque los actores saben que la disuasión es el único método. El escenario venezolano actual se compone por acciones que se nulifican por el ejercicio de otras acciones en sentido opuesto.

La acción de reemplazar a un régimen debe ser efectuada con rapidez, los manuales de golpe de estado –no sugiero que sea el caso de Venezuela- coinciden en que los desplazamientos de regímenes no pueden extenderse a plazos mayores, pues una campaña de larga duración resulta desgastante políticamente, económicamente y moralmente, crea condiciones para la aparición de vulnerabilidades y se corre el riesgo de perder la legitimidad que usualmente prevé el impulso inicial de la campaña, dicho de otra forma, la revolución se enfría.

El tiempo que se aplace la campaña apremia al régimen en el poder, pues los días seguirán su paso y el gobierno continuará siendo gobierno y la oposición continuará siendo insurgencia. Una hipotética campaña en prorroga puede generar un nuevo status quo cada vez más difícil de romper, la pugna se normalizaría con el tiempo, el estancamiento de las partes crearía una nueva sociedad, costumbres y un nuevo ecosistema de poderes que tenderán a contraponerse y a anularse entre sí.

En síntesis: el punto muerto favorece a lo que permanece y desfavorece a las fuerzas que buscan el cambio, el desgaste de las partes en Venezuela trasladará la resolución del conflicto cada vez con mayor claridad a la arena internacional en dónde podría configurarse un nuevo estado de paz caliente a la latinoamericana… en Venezuela el telón apenas se abre.