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La democracia es la mejor forma de gobierno, la mas aceptada y reconocida. No obstante, a pesar de todas sus bondades presenta desperfectos y lamentablemente en algunos casos, dudas sobre su funcionalidad. Legislaturas bloqueadas y aplanadoras legislativas, financiamiento ilegal en campañas, poderes judiciales desafiados por el poder ejecutivo y mordazas a la libertad de expresión son algunas de las amenazas que desafían a las instituciones de las democracias occidentales.
Sin embargo, nada de esto es nuevo. La historia de la democracia ha mostrado que a lo largo de los siglos, la realidad ha superado ideales. Aspiraciones que en ocasiones son demasiado elevadas.
La democracia concede el poder político a las personas, pero no garantiza su conocimiento de la realidad, su preparación o su capacidad para tomar decisiones o afrontar desafios.
Recientemente, el profesor James Miller de la New School for Social Research de Nueva York , escribió un libro sobre la historia de la democracia -como idea y como práctica política- que abarca desde la Antigua Grecia hasta el movimiento Occupy Wall Street.

Miller nos remonta al siglo XVIII, cuando la gran esperanza residía en que la difusión de la educación pública podría conducir a la iluminación universal, cumpliendo las condiciones para un gobierno autónomo y sabio. Pero esas esperanzas no se han cumplido porque “la iluminación es un objetivo difícil de alacanzar en cualquier caso porque la psicología moderna sugiere que todos los seres humanos sufren de racionalidad limitada y cometen errores cognitivos -heurísticas y sesgos-”.
El autor señala que en el siglo XXI:
“se tiene la vaga creencia de que la democracia simplemente requería que los políticos respondieran a la opinión pública, cuando en realidad el ejercicio de la democracia es mucho mas complejo que eso”.
Determina que el galopante incremento de la desigualdad ha lastimado a las democracias “y en más de un caso ha sumido a las naciones en una guerra imprudente de elección”. Como ejemplo establece que en
“todos los países (ricos, pobres, autoritarios o relativamente libres, etc.) se han presentado una serie de protestas democráticas (Miller anota que a veces inútiles) de multitudes que se unen para reclamar una mayor participación en la riqueza común y en las decisiones que afectan a todos.”
Cita el movimiento Occupy Wall Street y el Tea Party en Estados Unidos, pero también los levantamientos de la Primavera Árabe de 2011, la Revolución de los Paraguas amarillos en Hong Kong de 2014 y el Brexit de 2016 bajo el lema democrático “Retomar el control”.
Miller se pregunta: ¿La democracia funciona? Responde: “Con trabajo, esfuerzo y buena voluntad compartida, si”. Y agrega: “Funcionó para los antiguos atenienses durante casi 200 años. Ha mostrado ser viable en Estados Unidos –en una versión más modesta y limitada de la soberanía popular- y en otras sociedades”.
Y subraya cómo el escritor y expresidente checo Vaclav Havel dijo al final de su vida: “Nunca construiremos un estado democrático basado en el estado de derecho si no construimos al mismo tiempo un estado humano, intelectual, espiritual y cultural”.
Recomiendo la lectura del libro de James Miller Can Democracy Work?