Twitter: @unazuara ?

No soy una persona optimista. En los últimos dos años de mi vida he pensado como nunca en la muerte y el dolor. No por afición mórbida, sino como el acumulado de situaciones y pensamientos que la mayoría de las veces comparto con los de mi generación. Vivir en angustia permanente se ha vuelto el día a día. La incertidumbre del no saber qué nueva mala noticia conoceremos mañana es una sombra.

En medio de este escenario el año pasado miré en la pantalla grande la despedida de una figura única del cine. Agnès Varda, en compañía del fotógrafo y muralista JR, nos regaló una pieza encantadora llamada Visages, villages (Rostros y lugares en México). El documental plasma la delicia de una vida majestuosa. Adjetivo que antes de Varda puede sonar solemne y fastuoso, pero en su mirada representa la grandeza de la empatía, la memoria y el amor.

En aquel tiempo hubo una parte del documental que se quedó conmigo. JR cuestiona a Varda sobre la muerte. Ella dice pensar mucho en ello y no tener miedo.

“Pero no sé qué será en el último momento. Quiero estar ahí.” Él pregunta el porqué. “Porque todo habrá terminado”, responde ella.

Cléo de 5 à 7 (1962).

En 2018 tomé aquella respuesta a mis condiciones. La pensé como el fin del sufrimiento, como el apagón definitivo de la luz, como la recompensa. El viernes 29 de marzo cuando se dio a conocer que Agnès Varda había fallecido a los 90 años como consecuencia del cáncer de mama, ese pasaje fue el primero en volver a memoria.

En una manifestación como pocas veces observada, el mundo del cine despidió a “la abuela de la nueva ola francesa”. En cada tweet, cada texto, cada foto o recuerdo los cinéfilos expresaron no sólo su tristeza por la partida de la cineasta, si no también infinidad de anécdotas personales. Traducido a que Varda tenía el poder de hacerte sentir especial.

Agnès declaró que se sentía más conmovida cuando la gente se acercaba para decir “gracias, me diste mucha felicidad” más que un “bravo”. Yo también doy las gracias por una vida que marcó tantas.

“Agnès Varda amaba el cine y a cambio el cine la amó”.

Escribió Guillermo Del Toro. Y ese amor no se puede entender sin su gran capacidad de empatía, que a la vez habla de lucha y defensa. Hoy entiendo esa mirada, esa búsqueda como el más poderoso de los optimismos. “Optimismo es nuestro instinto para inhalar mientras nos sofocamos. Nuestra  necesidad de declarar lo que ‘deber ser’ frente a lo que es.” Como el mismo Del Toro lo explicó en un texto breve pero inmenso para la revista Time.

“En mis películas siempre quise hacer que la gente viera profundamente. No quiero mostrar cosas, sino darles a las personas el deseo de ver”.

Les Plages d’Agnès (2008).

Dijo en los sesentas la directora nacida en Bélgica y figura fundamental del cine francés. “A mi edad, cada minuto es más o menos el último minuto”, confesó en febrero de este año.

“Es un pensamiento normal. Así que debo disfrutar lo que está aquí”.

Esas líneas me parece que resuenan para una generación desesperada y agotada. Me recuerdan los pequeños gustos y alegrías que obtenemos frente a un ritmo político, económico, laboral y social que exprime al individuo y nos deja sin motivos. Hoy pienso que el mejor homenaje que le podemos hacer a Varda es vivir. Vivir, observar, creer, buscar y actuar. Vivir. 

Puedes ver Rostros y lugares aquí o bien visitar parte de la filmografía de Agnès Varda aquí.