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El pasado miércoles 21 de marzo se llevó a cabo en el Senado de la República el Foro Marihuana México, organizado por la senadora Jesusa Rodríguez, quien estuvo varios días en los reflectores debido a sus declaraciones atrevidas e irreverentes. En este orden de ideas, y pese a la precariedad del reporteo sobre el foro, los titulares enmarcaron la discusión fuera del foco habitual respecto al debate regulatorio sobre salud centrado en lo farmacéutico/medicinal, y en el enfoque jurídico con horizonte de seguridad y derechos, que, si bien son imprescindibles en vísperas de la aplazada normatividad de los derivados farmacéuticos de cannabis, así como la inminente regulación para uso adulto responsable, no son el único ángulo.

En este sentido, las notas principales llevaron encabezados como: “La mariguana es como el clítoris” y “La mariguana no es una droga, sino una planta sagrada”. Por lo que el reporteo extraído de declaraciones sacadas de contexto y “chacaleos” logró colar a los titulares de medios impresos y digitales un debate respecto a la historicidad, prácticas entorno a la marihuana y su representación social en el ámbito político, científico y cultural.
Habría entonces que, particularizar en la marihuana y entender su devenir histórico al ser un producto utilizado como fibra y remedio herbolario de larga data en Asia y Europa, el cual se incorporó rápidamente a la farmacopea y a la religión indígena americana, la cual tuvo una prohibición temprana pues según los cronistas; “los indios la utilizaban para otros fines”. En perspectiva, al ser parte de la farmacopea accesible en los mercados populares con las llamadas yerberas durante la colonia y en el periodo del siglo XIX, su institucionalización dentro del ambiente de la farmacia antigua en las boticas permitió que se incluyera en las “droguerías” y en las tensiones pertenecientes a los discursos nacionalistas y eugenésicos propios de la época.
En este orden de ideas, tanto en la academia como en la vida cotidiana se ha convertido en una práctica común, equiparar a las “drogas” con el estereotipo de lo ilícito y lo hedonista. Por lo que, la agenda académica crítica respecto a estas sustancias ha puesto un balance sobre cómo algunos productos de los más consumidos en el mundo como el tabaco, el café, el té y el cacao tienen propiedades que alteran la mente y poseen características simbólicas religiosas o ritualistas en la construcción de identidades individuales o colectivas.
Por su parte, la antropología hecha en México ha sido una pieza clave de la agenda académica sobre la recopilación de evidencia arqueológica, material, histórico-antropológica y documentación etnográfica de las prácticas por parte de las culturas nativas, las poblaciones urbanas y el actual momentum de las sociedades interculturales y post industriales en relación con las sustancias psicoactivas, utilizando nociones antropológicas derivadas de la concepción del hombre físico y el hombre espiritual, apropiando el concepto de sustancias o plantas sagradas sobre todo pero no exclusivamente entre poblaciones originarias.
En conclusión, habría que replantear que, si bien las sustancias carecen de moralidad, las personas o las colectividades depositan cargas simbólicas las cuales deben ser respetadas y tomadas en cuenta para los debates regulatorios sin necesidad de hacer escarnio o cuestionar su legitimidad, en el entendido de que México es un país pluri étnico y multicultural.