Twitter: @CLopezKramsky 

En el Realismo Jurídico Escandinavo existe una nutrida discusión sobre las acciones que, por la forma en que son llevadas a cabo, generan un efecto en la realidad; una mala traducción de ese término las denomina “acciones performativas”, pues su realización requiere de ciertas formalidades para ser eficaces. Sin estas formalidades, la acción no tiene un significado y no produce efectos. Un ejemplo clásico es el bautizo de un barco, el cual se lleva a cabo estrellando una botella de champaña contra el casco y pronunciando las palabras “yo te nombro Queen Elizabeth”, todo ello enmarcado en un protocolo estricto. Pero ¿qué sucedería si antes, un socialista, desde abajo, arroja una botella de cerveza contra el casco y dice “yo te nombro Stalin”?


Evidentemente el barco no adquiriría tal nombre, pues la acción no cumplió con las formalidades del caso. Esto último es lo que el presidente López Obrador parece haber hecho al firmar un documento en el que se compromete a no buscar su reelección.

Al presidente López Obrador se le pasó por alto que no importa cuántos documentos de intención firme asegurando que no se reelegirá, ellos no tienen validez ni generan obligación para cumplirlos. En términos llanos, es un espectáculo que le sirve para salir del paso en un tema escabroso. La reelección del titular del Poder Ejecutivo Federal no depende de la voluntad de un hombre y mucho menos de una carta firmada ante los medios de comunicación, sino de lo que nuestra Constitución y leyes establecen. Hoy, la Constitución prohíbe la reelección del presidente de la República.

No obstante, con la firma del documento y la polémica sobre la revocación del mandato, el presidente López Obrador puso en la discusión pública la reelección. A partir de esto será inevitable mantener el tema en el debate, por lo que no será extraño que pronto se presenten iniciativas de reforma constitucional para permitirla. En este contexto hay que preguntarnos ¿queremos los mexicanos que nuestro presidente –sea quién sea- tenga la oportunidad de reelegirse?

La modernidad de este país se fundó sobre la piedra de la no reelección. Durante un siglo se defendió con uñas y dientes el apotegma “Sufragio efectivo. No reelección” y, hay que aceptarlo, esto coadyuvó a brindar estabilidad política a un país que no podía dejar atrás la lucha intestina desatada por la Revolución. Pero a más de un siglo del Plan de San Luis, la realidad es muy diferente y nuestros paradigmas también se han transformado.

Actualmente, la reelección es permitida para legisladores locales y federales, así como para presidentes municipales, sin que ello hubiere generado una vuelta a la precaria situación pre y pos revolucionaria. Reelegir al presidente de la República puede ser un incentivo para que éste tenga un buen desempeño en su encargo, pues la población tendría la posibilidad de premiar o castigar las decisiones y políticas públicas adoptadas. Quizá, aprobar la reelección del presidente obligaría a disminuir el término constitucional de gestión de seis a cuatro años, pero ello tampoco es un impedimento insalvable.

En el mundo existen muchos países desarrollados que permiten la reelección y no se han convertido en dictaduras, lo que nos obliga a reflexionar que no es la reelección per se la que propicia el surgimiento de un tirano, sino la debilidad del resto de las instituciones, la concentración de poder y el desentendimiento ciudadano sobre la cosa pública, entre otros factores. Admito que el escenario actual en México muestra estas falencias y por ello comprendo el temor de un amplio sector, pero si el presidente pretendiera convertirse en un dictador, lo haría con o sin reelección. Por ello, hay que aceptar que inevitablemente tendremos que discutir este paradigma y es mejor que estemos preparados para definir qué derrotero queremos seguir o estaremos condenándonos a discutirlo a través de misivas de dos páginas que no tienen valor alguno.