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Cada país tiene la necesidad de atender su propia realidad en relación a la seguridad nacional, en el caso mexicano las amenazas internas y externas se han fortalecido y han contribuido a la generación de nuevos riesgos, situación acentuada por diversos factores, entre ellos la ausencia de continuidad en las instituciones de seguridad y de inteligencia civil, principalmente derivado por las transiciones democráticas que suelen tener el efecto de frenar procesos indiscriminadamente, siendo la seguridad y la inteligencia rubros especialmente sensibles, las decisiones no emanadas del análisis o la existencia de errores derivados de curvas de aprendizaje pueden comprometer la seguridad nacional y directamente vidas humanas.
Las agencias de inteligencia han acumulado con el tiempo percepciones negativas en la población y son vistas con recelo por personal del mismo gobierno, hecho en gran medida propiciado por la leyenda negra heredada de las oficinas de inteligencia del siglo pasado -sobre todo de la Dirección Federal de Seguridad- y por los personajes adscritos a ellas, usualmente relacionados a la falta de escrúpulos, a ilícitos y a actos propiamente autoritarios para la consecución de ambiciones políticas particulares, actividades sin relación alguna al patriotismo, a la vocación de servicio o a la defensa de la nación, rasgos axiomáticos de un servicio de inteligencia digno de ser reconocido con ese nombre.

El siglo pasado heredó al CISEN la difícil tarea de ganar la credibilidad de sus superiores y de la población, aunado a la responsabilidad de identificar amenazas a la seguridad nacional, de contribuir a preservar la integridad, estabilidad y permanencia del Estado Mexicano y de dar sustento a la gobernabilidad como lo señalaba la normatividad entonces vigente. El CISEN modificó y modernizó su estructura a marchas forzadas para insertarse en el escenario post-Guerra Fría y luego para enfrentar las dinámicas internacionales posteriores al 9/11 y a la sofisticación y diversificación criminal en el contexto interno.
Existieron usos desvirtuados, vulnerabilidades y fallas en el CISEN, algunas ligadas a problemas de dirección clásicos y otras relacionadas al sistema democrático presente, siendo ninguna de ellas incorregible o irreversible. Las instituciones son entes vivos en proceso permanente de reestructuración por la necesidad de adaptación ante nuevas realidades, para lo cual no existen atajos, depende de disciplina, voluntad y continuidad el posibilitar el fortalecimiento institucional, que es el único camino para recuperar la legitimidad y la confiabilidad de la nación a la que sirven.
La inteligencia civil (distinta de la militar o de la policial) no es elección sino necesidad, el mundo no es un lugar seguro, las tareas de inteligencia y contrainteligencia son vitales para un país que interactúa en un escenario internacional poblado de amenazas y riesgos, un Estado sin servicios de inteligencia, es una solicitud de ceguera y vulnerabilidades.
El Centro Nacional de Inteligencia (CNI) es el telón que abre una nueva etapa para los servicios de inteligencia volcada a la democratización, su creación ha despertado más interrogantes que certezas, sin embargo, así como los navíos en el pasado contaban con la complicidad del viento en sus velas para avanzar a su destino, en los servicios de inteligencia ese viento se llama lealtad a la Nación, si se cuenta con ello, muchas interrogantes pronto desaparecerán.