Twitter: @abi_mt
Hace unos días el periodista y académico Jorge Israel Hernández compartió este “twitazo”:
Urge, urge, urge desandresmanuelizarnos. Necesitamos refrescar nuestras dinámicas de interacción, de reflexión, de análisis, de contraste, de relación con el Gobierno. Urge que en lo personal desandresmanuelicemos nuestras relaciones con el mundo.
— Jorge Israel (@jorgeisraelh) 4 de marzo de 2019
El diagnóstico es certero, la necesidad es innegable, la cuestión es ¿cómo?
Necesitamos desandresmanuelizar la lógica, los argumentos y las interacciones políticas. Pero ¿cómo hacerlo si el propio presidente es el andresmanuelizador en jefe?
La centralización en la que se ha enfocado este gobierno propicia esta vorágine en torno a la figura presidencial. La centralización de la comunicación, el gasto y hasta la vida legislativa complica la tarea. El presidente interpreta (la voz del pueblo), el presidente decide, él comunica, él recorta, él crea, él destruye, él justifica y el mundo (incluyendo su gabinete y los legisladores) escucha o espera esos 10 minutos en la “mañanera” para tratar de echar luz, la luz que el presidente decida, a sus temas de interés.
La situación no es muy diferente al interior de la administración. Todo debe ser palomeado y aprobado por el presidente. Los secretarios toman la palabra cuando el presidente lo indica. Sus temas cobran primacía cuando el presidente considera que es conveniente. Se decide cuando el presidente decide y se cambia de opinión cuando el presidente cambia de opinión.
El debate de los críticos, la oposición (si se le puede llamar así) y quienes buscan dar profundidad a los temas se da en el vacío, sin diálogo. El esfuerzo se termina en el otro lado con un “yo tengo otros datos”, “comprobaremos que se equivocan”, “lo estamos viendo”, “la decisión ya está tomada” o en el propio con un resignado “ojalá que el presidente escuche estos argumentos y actúe en consecuencia” o “ojalá que su plan funcione, por el bien de México”.
En gran medida quienes participamos en el debate público hemos permitido que el presidente defina la agenda mediática, cuáles temas viven o mueren en la agenda pública. Sucumbimos ante la tentación de la primicia y el meme. Dar profundidad a los asuntos públicos es demodé y va en contra de la lógica de “lo de hoy”, “lo digital”: medios y redes que se alimentan de contenidos novedosos como un monstro insaciable que exige más alimento en cuanto consume el anterior. La meta no es fomentar la reflexión, sino aumentar el tiempo en pantalla.
¿Entonces cómo le hacemos? Para empezar, debemos abrir este debate para reflexionar y contribuir desde todos los frentes. Aquí mi grano de arena:
- Especializarnos. Si todos estamos tratando de poner atención a todo, no ponemos atención a nada. Desde nuestro papel de ciudadanos debemos comprometernos con un tema que nos interese, desde lo personal, lo social, lo académico o cualquier enfoque que genere conocimiento detallado y permita realizar un análisis de profundidad. El presidente puede estar en todo de forma superficial, pero no en los detalles, y como dicen: el diablo está en los detalles.
- Identificar responsabilidades. Entender quiénes son los encargados de atender ese tema más allá del presidente. Debemos meter presión a estos actores para que sus intereses no estén únicamente alineados a los de su jefe, sino a los de sus jefas y jefes que somos las ciudadanas y ciudadanos. Forzarlos a tomar la agenda en sus manos dándole visibilidad a sus aciertos y a sus errores, si todos los problemas se lanzan al presidente, al final es el responsable de todo y de nada.
- Resistir. Que no todas las batallas se ganen no significa que no deban ser peleadas. Ante un gobierno hegemónico, la democracia sólo sobrevive en la medida en que la sociedad civil exige sus derechos y la rendición de cuentas.
Morena tiene la oportunidad histórica (la capacidad legal y estructural) de cambiar el rumbo de nuestro país, pero sólo lo hará en la medida en que la ciudadanía demuestre que ha madurado y que no permitirá que caiga en las mismas tentaciones en las que cayó nuestro último régimen hegemónico. Tardamos 70 años en salir de aquél. No deberíamos siquiera voltear a ver la puerta que nos puede meter en ese mismo esquema con diferentes colores. Estamos a tiempo de soltar el picaporte.