Twitter: @LuzJaimes 

Fue un martes en casa, te pedí que te largaras. Recuerdo que abroché el último botón de la blusa y sin mirar tomé mi bolso. Cerré la puerta, dejé atrás la duda. Caminé lentamente en espera de arrepentimiento. Luego recordé que esto es la vida.

Bajé la escalera sobre un par de tacones temblorosos, como la noche que, por primera vez, pisamos descalzos la arena tibia de la playa. Apoyada en la pared, continúe por el pasillo, difícil mantenerse en pie. Imaginé el día de tu muerte. Una caja de madera barata podría ser buena para ti. Poca gente en el velorio, pocas flores, olor a crisantemos y mi ausencia.

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Al fin pude llegar hasta la recepción, tuve que fingir ante el hombre que vigilaba la puerta. Lo saludé más amablemente que de costumbre para no levantar sospecha de mi inminente soledad. No confío en los hombres que conocen la rutina de una mujer triste.

Al llegar a la calle creí percibir un olor al café como el que preparas todas las mañanas. Te vi claramente repitiendo un día cualquiera. Pude escuchar tu conversación con el vigilante. El cuento del largo viaje de trabajo al extranjero. Tú tampoco quieres ser juzgado. Te extrañaré. Después de todo siempre fuimos cómplices en la mentira de estar juntos.