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“Una persona fundamentalista no admite posibles interpretaciones sobre la doctrina en la que cree y no tolera que alguien la relativice o limite su alcance”.
–Ismael Leandry Vega
Dedicada a Anni Bravo, gracias por esa plática que me ayudó a escribir esta columna.
Actualmente parece que existen requisitos ineludibles para considerarse mexicano. Dos de los más extendidos: ser fanático, no fan, de la selección nacional masculina de fútbol y ser fanático, no fan ni crítico, del cine hecho por mexicanos hecho allende las fronteras.
Y es que pareciera que la crisis de polarización que vivimos como sociedad ha trascendido la política y se ha apoderado de campos del futbol y las salas de cine.
Pareciera que, en nuestro afán de construir mitos sobre lo que somos y hacemos, ambos se han vuelto artículos de fe, más bien dogmas, que no pueden ser cuestionados so pena de dejar de ser mexicanos.

Nuestro país tiene una gran tradición histórica en la construcción de mitos y figuras, siempre usando la maniquea imagen del bueno y el malo completos. El siglo XX se especializó en ello, parecía que la construcción del México moderno era la construcción de los absolutos y así se construyeron partidos políticos, gobiernos, la oposición de derecha e izquierda y lo que llamábamos el progreso hacia el primer mundo, fueron algunas de las imágenes más potentes creadas.
Sin embargo, prácticamente todos estos mitos se han erosionado y han terminado en el basurero de la historia, quedando a salvo la concepción de un mundo “conmigo y contra mí”, incapaz de escapar del fanatismo y la descalificación que pusiera en duda mi creencia personalísima.
Esto lo he vivido en carne propia en muchas ocasiones. Desde hace por lo menos dos décadas he vivido en carne lo que se reserva para aquellos que cuestionamos a la “gloriosa e imbatible” selección nacional masculina de fútbol: mentadas, descalificaciones, pendejeadas, cuestionamientos sobre mi amor a mi país y comentarios amigables del estilo “mejor vete a Argentina” son algunos botones de la muestra.
A mi pesar, he visto que este mismo fenómeno se ha extendido hacia la crítica que se le hace al cine realizado por mexicanos en los últimos años.
Aquí, a diferencia del futbol, si se han ganado premios equivalentes a campeonatos continentales, copas de las naciones o copas de oro. Incluso podríamos decir que posibles campeonatos del mundo.
Y es que el mérito, el oficio y la capacidad no se le niega a Cuarón, Iñarritu o Del Toro (mi favorito entre los tres, por cierto), cosas que son bastante más escasas en la selección, pero de ahí a que uno se encuentre obligado a que le gusten sus películas premiadas y famosas de los últimos años porque así se demuestra que eres un mexicano culto, y pensar que esas películas son la máxima expresión de la cultura nacional (hipster dixit), es algo muy diferente.
En lugar de pensar como refutar ataques (que flojera, la verdad), he reflexionado acerca de la razón de que la gente reaccione así y solo pude llegar a la conclusión de que en nuestro afán por construir una visión del mundo dividido entre ellos y nosotros, hemos llegado al punto de que ni el deporte de las patadas y el arte (por definición subjetivo) han superado el deporte nacional de la descalificación maniquea.
Hace unas semanas, aquí mismo, publiqué una opinión sobre Roma y lo que me parece que es su mayor aporte. A propósito dejé afuera mis críticas y dudas de las razones por las cuales se había encumbrado tanto en el imaginario nacional actual.
Recibí varios comentarios, pero uno que me hizo un buen amigo fue el más revelador “hasta que ves cine mexicano con ojos mexicanos”.
Entonces me di cuenta que tanto los ratones verdes, como el cine hecho por mexicanos, se convirtieron en lo mismo: un pretexto para comprobar si eres “suficientemente mexicano”.
Eso me deja muy lejos de calificar como tal.
Y es que en el futbol tengo claro que, como diría Galeano, son 22 millonarios correteando la pelota que nada tienen que ver conmigo y no entiendo eso de “tocar la gloria” por poner una pelota dentro de un rectángulo con redes. Prefiero mil veces apoyar a las mujeres, que si han entregado muchos resultados con una ínfima parte de recursos y reconocimiento de sus homólogos hombres o a los para atletas que muestra tesón y disciplina al punto de llenarse de oro, que sentarme a ver como descarrila la selección en octavos de final del mundial…si bien les va.
En le cine…que puedo decir, casi todo lo que ha hecho Iñarritu no me gusta. A Guillermo le hubiera dado el Oscar pero por El Laberinto del Fauno en cuanto a Cuarón…me parece que es un excelente director, pero Roma me dejo siempre esperando algo más que tomas supuestamente novedosas y homenajes al cine europeo por sus paisajes surrealistas y su historia que nos deja sin un cierre real y claro (algo que no hizo con sus últimas producciones, por cierto).
Quizá soy demasiado fifí, chairo futbolero y criticón con mis opiniones. Sin embargo, me parece que, para todos los ámbitos de nuestras vidas, los mexicanos deberíamos ser más tolerantes, más inteligentes y tomar las críticas como motor de evolución y crecimiento, no para ofendernos.
Recordemos que al final, la cancha y la pantalla son espejos que nos reflejan sin maquillaje.