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Dos presidencias y un solo pueblo con la misma necesidad: hambre. El llamado: que sean los ciudadanos de a pie quienes se hagan cargo de meter al país las medicinas y alimentos enviados desde el exterior. La respuesta fue masiva, el resultado caótico y las consecuencias impredecibles.

El último mes el tema de la ayuda humanitaria ha ido pimponeando entre gobierno y oposición:

“Si no permites su ingreso eres un dictador”… “Aceptarla es entregar la patria a fuerzas extranjeras”.

Maduro dice que los venezolanos no son mendigos y que es un pretexto para invadir el país. Guaidó, afirma que es una necesidad urgente para atender a 300 mil venezolanos en riesgo de morir sin ella.

En el plano internacional, sirvió para evidenciar la ya de por sí marcada división que existe entre los países que apoyan a uno o al otro, tanto así, que mientras Estados Unidos mandó ayuda al opositor, Rusia hizo lo propio con el oficialista.

Pero… en medio de todo: el pueblo que no puede acceder a las donaciones porque los presidentes -interino y en funciones- se están peleando.

Lo de la ayuda humanitaria es la mejor oportunidad en años que tiene la oposición para evidenciar a un régimen como el de Maduro, sí, pero en el caso de Venezuela dejó de ser un tema de solidaridad para convertirse en uno político en el que -lamentablemente- el hambre y necesidad de un pueblo juegan un papel importante.

Maduro sabe que si dobla las manos frente a la oposición en el tema de las donaciones internacionales, tendrá que seguir doblándolas en los consiguientes: elecciones presidenciales adelantadas. Entonces, mejor que la ayuda se queme y pido al pueblo que me defienda con las armas si algo me pasa. Irresponsable.

Como también es irresponsable pedirle a alguien siente hambre en el estómago y carga la frustración en el pecho, ir hasta una frontera reforzada por militares sabiendo que va a haber sangre derramada.

¿Qué sigue? La estrategia de la oposición continúa esperanzada de factores externos: la presión internacional, parece que sin ella el movimiento no es lo suficientemente fuerte -al menos no todavía- para implosionar al chavismo que se aferra hasta con las uñas a Miraflores.

¿Cuánto le queda al régimen de Maduro? ¿Una semana? ¿Tres meses?… ¿Indefinido?

Pero ¿es la presión internacional el plus necesario? Este fin de semana los presidentes de Colombia, Chile y Paraguay estuvieron en la frontera con Venezuela, también el Secretario General de la OEA, Luis Almagro. El brasileño Jair Bolsonaro tuiteó en apoyo a la oposición y, obviamente, también lo hizo Donald Trump, pero ni así.

Al día de hoy es difícil vislumbrar una solución pacífica y democrática a la crisis venezolana que venga desde el exterior ante un régimen que ya dejó claro que está dispuesto a seguirle aunque se quede solo contra el mundo pero con dignidad presidencial hasta la muerte.

La urgente necesidad de una estabilidad institucional que permita al país tener un orden social, político y democrático, ha traspasado las fronteras de Venezuela y en alguna medida, despierta el interés de muchos, pero no hay que perder de vista que el pulso del cambio y el camino de la solución está en las manos de los propios venezolanos.