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En el mercado vendían trajes hechos a la medida sin telas para elegir y pan dietético invisible. Llamó mi atención la mujer del letrero “Se hacen retratos”. Le pedí una muestra de sus cuadros, ella sonrío y me miró minuciosamente. Recuerdo bien sus palabras.

Tu cuerpo es liviano y tu sombra pesada. Te pareces a tu padre; de tu madre heredaste fortaleza, cinismo y algo de sensualidad. El sexo opuesto se refleja en tus ojeras y marca dos arrugas que algún día estarán selladas en el entrecejo de la eternidad.

Él no te mira, eres demasiado atenta para que él se fije en ti. Siempre expuesta, desnuda y transparente. Cuando un hombre te conoce demasiado termina la pasión. Por las noches, la luna no los ilumina con la misma luz.

Prefieres las tardes, las temperaturas altas y el cabello suelto. Las manchas en tu cara dicen que envidias a tu hermana, odias a tu amiga y aún así sigues viviendo. Con todo el rechazo de tus hijos, el amor de tus dos perros y la flacidez de tus mejillas; cantas. Nadie escucha el canto de una vela consumida.

Esperas oportunidades que se fueron hace tiempo. Y ahora corres todos los domingos. No se escapa de sí mismo después de algunas millas. Te encuentras en medio de los años y eres apenas la mitad de lo que quieres…

Le pedí silencio. Ella bajó la mirada, respiró profundo y me pidió que le pagara.  Solo el ser humano sabe de gastar por un retrato.