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Las conferencias mañaneras de Andrés Manuel tienen un solo propósito: dominar la agenda pública. No son ni un ejercicio de transparencia ni de rendición de cuentas; es en ese momento en el que se establece lo que será nota para todos los medios el resto del día. Así, el presidente mantiene el control de lo que se hablará y discutirá en periódicos, radio, televisión y redes sociales.

Nadie le contesta a López Obrador. No hay miembros de la oposición legislativa que respondan, con la misma dedicación y perseverancia, a las mentiras de las mañaneras; solo un par de gobernadores han señalado (y únicamente por conveniencia temporal) los dichos del presidente; la prensa reporta las prédicas desde Los Pinos prácticamente sin filtros o críticas.

Alguien en la oposición podría, por ejemplo, hacer una réplica a la mañanera para desacreditar las cifras o metodologías del presidente; otra sería contarle las mentiras al presidente, como lo hacen con Trump. ¿Por qué no llevar la cuenta de los costos que han generado las decisiones y “estrategias” del gobierno federal, como ya lo sugería Jaina Pereyra hace semanas en Twitter:

Hay muchas cosas que se pueden hacer para hacerle frente al protagonismo presidencial, pero nadie lo está haciendo.

La prensa tampoco ha hecho suyo ese rol. En su mayoría, la nota más relevante que retoman los medios proviene de la mañanera; son pocos los que digieren la “información” difundida y la contrastan con otras fuentes (eso que se llama periodismo). Vemos a muchas de las plataformas esperando -todavía- una rebanada de la propaganda gubernamental; de eso han vivido, así se acostumbraron muchos: vivir de lo que paga el gobierno y no incomodar.

Como otras instituciones de las democracias liberales, el periodismo ha sufrido un enorme desgaste por los errores que ha cometido y por las omisiones en las que incurrió al desentenderse de su misión central: investigar y criticar. Ya decía Antonio Caño, en un artículo[1] publicado en El País en 2017, que no cualquiera puede hacer periodismo:

El buen periodismo es caro, muy caro. Contar bien una historia exige desplazarse hasta el lugar de los hechos, hablar con una diversidad de fuentes que frecuentemente no quieren hablar, corroborar los datos obtenidos, someterlos a una edición rigurosa”.

El reto que tienen hoy los medios de comunicación es rediseñarse como fuentes de información verificada para equilibrar la democracia, para denunciar las arbitrariedades y los abusos del poder. Necesitan volver a ganar la confianza de los lectores y olvidar la arrogancia en la que se envuelven cuando conviven demasiado tiempo con el poder y muy poco buscando fuentes.

Sí, el periodismo tiene que tomar partido. Tiene que estar del lado de los desaventajados y plantarse frente al poder político y económico; sólo así podremos defender y ejercitar la libertad de expresión.

[1] https://elpais.com/elpais/2017/06/23/opinion/1498227187_423650.html