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Ante la intocable figura de Nicolás Maduro se ha presentado el rostro de un joven legislador que en menos de 48 horas se convirtió en su nuevo archienemigo: Juan Guaidó.

El presidente de la Asamblea Nacional, de apenas 35 años, es el nuevo estandarte de la fracturada oposición venezolana y tomó vuelo casi de la mano con el inicio del nuevo mandato de Nicolás Maduro el 10 de enero.

La Asamblea Nacional es el único órgano en Venezuela en donde existe oposición al presidente y fue electa con el respaldo de 14 millones de votantes. Siguiendo las reglas del modelo de gobernar de Maduro, en 2016 la Asamblea fue calificada en “desacato judicial”. El presidente no la reconoce como poder legislativo, en su lugar tiene su propia asamblea: la Nacional Constituyente conformada por chavistas.

La ruptura del Ejecutivo y Legislativo se ha ensanchado hasta llegar a lo que ahora sucede en el país: Dos presidencias. La de Nicolás Maduro y la de Juan Guaidó, ambos basando su legitimidad con Constitución en mano.

Por un lado, Maduro ante la imposibilidad de prestar juramento ante el Congreso como marca la ley, lo hizo ante el Tribunal Supremo de Justicia, amparado en el artículo 231. Por el otro, Guaidó se apegó a los Artículos 233, 333 y 350 que argumentan la ausencia del presidente y el desconocimiento de cualquier régimen autoritario y asumió las funciones de una especie de encargaduría de la presidencia.

La legitimidad de la presidencia de Maduro fue desconocida por gran parte de la comunidad internacional, empezando por la Organización de los Estados Americanos (OEA) -que ya se ha convertido en el megáfono del rechazo a la dictadura en Venezuela-, le siguió Estados Unidos, Brasil y Paraguay, que incluso rompió relaciones diplomáticas con Caracas. También la Unión Europea y los integrantes del Grupo de Lima, a excepción de México.

La de Guaidó tuvo el efecto contrario y, desde el primer llamado de ayuda que hizo para lograr, lo que calificó del “cese de la usurpación” del poder presidencial se levantaron las voces de apoyo desde afuera.

La idea, claramente rebasa todo límite que Nicolás Maduro pueda aceptar: este domingo mientras el legislador circulaba por la autopista Caracas-La Guaira rumbo a un mitin político, fue levantado por miembros de la policía de inteligencia venezolana agrupada en el El Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin).

Minutos después fue liberado y reiteró su llamado al pueblo venezolano y a las fuerzas armadas a terminar con la dinámica de represión en el país convocando a la amnistía, perdón y reconciliación con los uniformados.

Secuestrado, amedrentado, liberado: la dinámica en el país donde no pasa nada.

El “levantón” del líder que se resiste a bajar la cabeza a lo que sucede en su país recordó a aquellas figuras de la oposición venezolana que han sido cercadas por Maduro: desde Leopoldo López hasta Henrique Capriles pasando por todos los que han optado por el autoexilio, pero también le dio el empujón extra para que, una vez más, el mundo reconozca que lo que sucede en Venezuela, es de interés general… o al menos de aquellos a los que les interesa el estado de derecho.

El mundo reconozca que lo que sucede en Venezuela, es de interés general… o al menos de aquellos a los que les interesa el estado de derecho.

Inicia un nuevo gobierno, con viejas promesas incumplidas y el mismo presidente, pero también se asoma un nuevo liderazgo opositor con el enorme reto de unir a todas las voces y de despertar el ímpetu social, ese que llenó las calles en 2017 y fue cruelmente diluido en el miedo, el hambre y la represión.