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El estilo AMLO de gobernar ya se ha hecho presente en la vida nacional. En el primer mes de su gobierno, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha tomado la ofensiva en temas relacionados con el combate a los abusos del poder, la corrupción, la violencia y la impunidad. Esto lo ha puesto en sintonía con la gran mayoría de mexicanos que lo impulsaron a la silla presidencial.

Pero también hemos visto a un presidente a la defensiva, intolerante a la crítica y, en algunos momentos, amenazante en el tono de su discurso hacia aquellos que cuestionan su proyecto de nación. Los calificativos han dominado sus respuestas cuando ha sido cuestionado algunas acciones de su gobierno como la cancelación del aeropuerto de Texcoco, el Tren Maya, la creación de la Guardia Nacional o los recortes de personal en la burocracia, entre otros.  Hay preocupación en algunos círculos ante las posiciones duras y el discurso descalificador empleado por el nuevo mandatario.

Fuente: Twitter.com/@lopezobrador_

AMLO debería cuidarse de no ser un presidente que concentre todo el poder político, tal como lo planteaba Daniel Cosío Villegas en su ya clásico libro El estilo personal de gobernar. Entonces, escribía Don Daniel, los atributos personales del personaje se permeaban al sistema político entero:

“…el temperamento, el carácter, las simpatías, las diferencias, la educación y las experiencias personales influirán de un modo claro en toda su vida pública, y, por lo tanto, en sus actos de gobierno”. (El estilo personal de gobernar. Daniel Cosío Villegas, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1974).

Quisiera pensar que los tiempos del poder omnipotente del presidente de México quedaron atrás, desde 1997, cuando el PRI perdió por primera vez la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. Y más tarde, también por el surgimiento de una sociedad civil organizada, actuante e independiente, que se ha convertido en un contrapeso al poder presidencial.

Es inevitable que el estilo personal de gobernar de AMLO imprima en la vida pública de México su sello, como no había ocurrido en el país en las últimas décadas, y con todo lo que ello implica.

Pero hay aspectos del presidencialismo que no está claro si entran o no en el plan de desmantelamiento del sistema presidencial autoritario, que ha sido bautizado por AMLO como la Cuarta Transformación de la República. Por ejemplo, la “jefatura real” del partido en el poder (Morena), en la persona del presidente; el debilitamiento de las cámaras, sustentado en el liderazgo del presidente sobre la mayoría en el legislativo, y la tentación de ejercer control político sobre los gobernadores, con el nombramiento presidencial de los coordinadores estatales de los programas de desarrollo, entre otros.

En estos tiempos, el estilo personal de gobernar pudiera no resultar fatal, si el poder se ejerce dentro del marco constitucional. Lo que sería grave, porque iría a contracorriente del cambio del régimen político, sería el surgimiento de un neopresidencialismo, donde el ejercicio de sus poderes constitucionales y de sus facultades metaconstitucionales desequilibraran el sistema político, inclinándolo hacia una presidencia autoritaria o imperial.

El riesgo está ahí y más vale que todos estemos atentos a evitar este tipo de tentaciones autoritarias que han resultado muy costosas para nuestro país.