Así vivieron los migrantes centroamericanos su estancia en la CDMX

viernes, 9 de noviembre de 2018 · 18:14
A Elvin se le ve despreocupado. Platica con quien dice ser su amiga, acostado en el pasto de un estadio que ha sido su casa por los últimos cinco días y al que nunca regresará. Sin embargo, al comenzar a hablar sobre su verdadera casa, Honduras, se muestra un poco agitado.
“La nación cada vez se hunde más con el alza a la canasta básica, cada semana un alza más a la energía eléctrica, los hospitales no tienen medicina, (…) hoy el seguro social no tiene dinero, está en quiebra”. Bajo esas circunstancias, explica, “preferimos al vecino que vivir en nuestra propia casa”.
Elvin, al irse a la casa del vecino, no solo busca trabajo, también busca reencontrarse con su hija de 11 años. Ella nació en Estados Unidos y tiene la nacionalidad de ese país, pero dejó de verla hace 6, cuando regresó a Honduras porque era un requisito que el gobierno estadounidense le pedía para tramitar su cuidadanía. En esta ocasión, tiene claro cuál es el proceso legal que tiene que seguir para entrar a Estados Unidos.  

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Lurvin coincide con Elvin en los aspectos económicos que ahorcan la vida diaria de los trabajadores hondureños: “la luz iba subiendo, la canasta básica iba para arriba, ya con mil lempiras ya no podía mantener a mi hija, ni la escuela, ni el alquiler”. Pero ella tenía una razón más para salir de Honduras: el temor. “Yo quedé sola, desamparada con mis hijos, con miedo de que cualquier noche llegaran los malhechores a buscarme y hacer cualquier cosa con nosotros”. Y es que su pareja, con quien espera poder reunirse en Estados Unidos, hace unos meses fue testigo de un asesinato en Honduras, lo que lo hizo huir “por miedo de que le pasara algo por saber quién había sido la persona involucrada”; él consiguió asilo político en ese país tras salir de Honduras con ayuda. Lurvin, por su parte, en su camino hacia Estados Unidos se “safó” el pie en Aguas Calientes, Guatemala, y no fue sino hasta Huixtla, Chiapas, donde “había un sobador de huesos” que se pudo atender. Ahora, en el albergue instalado en el estadio Jesús Palillo Martínez, utiliza un par de pantuflas que le dieron. En una se lee “Meliá”, mientras que otra es el recuerdo de una boda, ella también se ríe al hacer la observación. [caption id="attachment_30505" align="alignnone" width="536"] Lurvin, hondureña de 28 años, busca llegar a Estados Unidos porque la situación económica en su país es insostenible y por miedo a lo que le puedan hacer "los malhechores".[/caption]

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La delincuencia y la dificultad económica son los mismos factores de los que huye Wilmer, un albañil de 40 años, de Honduras. "La corrupción y la delincuencia le afecta al pobre más que todo, todo lo que es la economía, la salud, lo que es en educación". De hecho, la delincuencia en su país es capaz de alcanzar a los hondureños donde se encuentren, mientras sus familias sigan en el país: "a veces pasan cosas muy difíciles, hay gente que viene para los Estados Unidos, trabajan y allá en el país de uno, lo que miran si alguien va prosperando, le secuestran un familiar". Pero pese a las dificultades a que ha vivido en el trayecto, dice que está animado de seguir. [caption id="attachment_30508" align="alignnone" width="664"] Wilmer, un albañil hondureño de 40 años, también cree que la corrupción y la delincuencia en su país son los principales problemas.[/caption]

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En la Caravana Migrante, que desde hace unas semanas se adentró en nuestro país, viaja también un importante número de bebés, niños y adolescentes, ya sean acompañados o solos. Dos de ellas, de 14 años, se sientan la una a lado de la otra en el estadio, casi no hablan entre sí, pero alrededor suyo juegan otros cuatro pequeños. Fidelina y Dayana eran vecinas en Guatemala, ahora se acompañan mutuamente en el camino hacia Estados Unidos que su madre y su padre, respectivamente, les impusieron. Ellas mencionan que el camino no se les ha hecho tan pesado debido a que los niños son los primeros a los que se les dan “rides”. Las dos viajan con sus hermanos menores, tan solo Dayana tiene que cuidar a tres niñas, una de las cuales piensa que esta grabadora de voz es un gracioso celular. Fidelina ni siquiera es capaz de imaginar Estados Unidos, cree que su vida allá consistirá básicamente en seguir estudiando, pero para Dayana el sueño americano significa una sola cosa: volver a ver a su mamá, quien desde hace dos años se encuentra en ese país y a quien ha tenido que suplir en el cuidado de sus hermanas menores.