Desde que Javier Duarte fue atrapado en Guatemala en abril del año pasado, sonreía. Ese gesto suyo, que fue descrito como obsceno y pertubador por el periodista Diego Fonseca en The New York Times, tenía una razón de ser, según el propio exgobernador de Veracruz.
En una extensa carta dirigida a Ciro Gómez Leyva, Duarte, entre muchas otras cosas, explica que siempre tenía una sonrisa en la cara, “¡porque sabía que todo era un circo, un montaje, un espectáculo mediático, un show (…)!”, exclama.
Aunque agrega, que después de tener que aceptar su culpabilidad para obtener un procedimiento abreviado, “mi sonrisa se ha desdibujado de mi cara”. “Muy por el contrario de lo que muchos piensan no estoy ni contento ni satisfecho con el desenlace de mi caso, estoy verdaderamente frustrado e irritado con el resultado de la resolución de mi proceso“, escribió.

El 16 de abril de 2017, en el texto Javier Duarte y la sonrisa obscena de los políticos en México, Fonseca explica que sus razones para adjetivar de esa manera la sonrisa de Duarte, es “porque donde debiera haber arrepentimiento hay burla”. “Ante la justicia, con la barbilla en alto, se pavonea como si fuera intocable”, expresó el periodista.
Sin embargo, según Duarte, su sonrisa tenía más que ver con el hecho de que en las investigaciones en su contra “no existe una sola prueba documental donde aparezca mi nombre o el de alguien de mi familia”. Es más, señala que se ha tratado de una campaña de “linchamiento público” que lo ha “colocado frente a la sociedad mexicana como culpable de todo de lo que se me acusa, violando con ello, de manera reiterada, el principio de presunción de inocencia”.
“Por estas razones, y contra toda mi voluntad, tuve que aceptar el procedimiento abreviado; la opinión pública y la sociedad ya me habían juzgado y condenado y bajo estas circunstancias, el riesgo de enfrentarme contra el sistema y perder era muy alto”.
