Los magnates del bitcóin son ridículamente ricos y tú no
San Francisco— Hace poco, el fundador de algo que se llama Ripple fue momentáneamente más rico que Mark Zuckerberg. Otro día, un donante anónimo estableció una organización de caridad con 86 millones de dólares —en valor de bitcoines— llamada Pineapple Fund. Por la ciudad se han visto autos Tesla con placas personalizadas que dicen BLOCKHN, por blockchain, o cadena de bloques, un libro contable virtual. La cantidad de personas que quiere comprar bitcoines con tarjetas de crédito ha aumentado. La empresa de tés Long Island Iced Tea anunció que empezaría a usar cadena de bloques y sus acciones se dispararon 500 por ciento en un día.
En el 2017, la criptomoneda Bitcoin pasó de cotizar en 830 dólares a 19.300 dólares. Actualmente ronda los 9.000. Ether, su principal rival, empezó el año pasado con un valor de menos de 10 dólares y terminó 2017 valiendo unos 715 dólares. En estos momentos cuesta alrededor de mil dólares. Ese enriquecimiento genera noticias como si fuera una adicción; es frenético porque parece ser azaroso. Los inversores que intentan comprender la situación lo comparan con la burbuja puntocom a finales de los años noventa, cuando se dispararon las valores de casi todo y era difícil distinguir los Amazons y los Googles de los Pets.com.
La comunidad de criptomonedas consiste básicamente en un grupo pequeño de amigos —desarrolladores, libertarios, usuarios de Reddit y ciberpunks— que se conocieron en reuniones, conferencias de criptos y foros de discusión en internet. En chats grupales anónimos, en bares de San Francisco y en reuniones para jugar Colonos de Catán, hablan durante horas sobre cómo las criptomonedas traerán una descentralización del poder y de la riqueza, y cambiarán el orden mundial.
Puede que la meta sea la descentralización, pero la verdad es que el dinero sí está muy concentrado. Coinbase, una especie de cartera para guardar y hacer transacciones con bitcoines, tiene más de 13 millones de cuentas de dueños de criptomonedas. Los datos sugieren que el 94 por ciento de la riqueza de los bitcoines está en manos de hombres y algunos estiman que el 95 por ciento de la riqueza la tienen solo el cuatro por ciento de todos los dueños de criptomonedas.
Aquí hay solo unos pocos ganadores y, a menos que lo pierdan todo, el impacto que tendrán de aquí en adelante será inmenso.
Y tienen buena memoria respecto de quiénes se burlaron alguna vez de ellos por la inversión y de cuándo lo hicieron.
James Spediacci y su hermano gemelo Julian, quienes compraron Ether cuando costaba unos 30 centavos de dólar, ahora dirigen uno de los más famosos clubes de whales o ballenas: comunidades privadas para intercambiar criptomonedas en las que hay sindicatos que se coordinan por medio de chats grupales. Me mostró una captura de pantalla de una publicación que puso en Facebook en 2014 en la que les recomendaba a todos comprar Ether.
“Tuvo un me gusta”, dijo. “Uno solo”.
Construyendo criptocastillos
Puede que sea de arena o de naipes, pero el criptocastillo se ha erigido. Y es que hay una casa que se llama justamente Crypto Castle; el rey es Jeremy Gardner, de 25 años, un galante inversor con un fondo de cobertura que hace de guía turístico para los novatos en las criptomonedas.
Una tarde hace poco abrió una botella de vino rosado mientras ponía a cargar una decena de baterías para nunca tener que conectar su celular a la corriente durante un viaje que planeaba a Ibiza.
“Hago varias ICO, eso es lo mío”, dijo, en referencia a las ofertas iniciales para criptomonedas. Tenía puesta una camisa de botones color rosa que combinaba con sus pantalones rosas. “Somos yo, unos cuantos VC y muchos charlatanes”, agregó, usando el término para referirse a capitalistas de riesgo.
La oferta inicial de monedas (ICO, por su sigla en inglés) es una manera de recaudar fondos: una empresa crea su criptomoneda y los inversores la adquieren sin comprar realmente alguna acción en la compañía. Gardner hizo un ICO para su empresa emergente Augur con una “ficha Augur” que después vendió para recaudar dinero no virtual. Las fichas se vendieron rápidamente; fueron de las fuerzas que desataron el auge actual. Durante algún tiempo, el valor de Augur —una empresa emergente con pocos clientes dedicada a predicciones de mercado— superó los mil millones de dólares.
Alrededor de ocho personas habitan el Crypto Castle una noche cualquiera; esa tarde, algunos de los arrendatarios estaban comiendo lo que había a la mano en la cocina (galletas de queso y Nutella). Una de las habitaciones tiene un caño de striptease. Gardner se sentó en el sofá y puso los pies en la mesa. Poco antes había hecho un ICO para costear una fiesta de una empresa emergente. “Puedes hacer ICO para todo”, dijo.
Está encargado de Distributed, una revista de 180 páginas sobre criptomonedas que se publica una vez al año. Ahora está recaudando 75 millones de dólares para su fondo de cobertura, Ausum —se pronuncia [osom], u awesome, como increíble en inglés— Ventures. Dijo que sus amigos más cercanos planean mudarse a Puerto Rico para sortear ciertos impuestos.
“Van a construir un Atlantis moderno allá”, dijo. “Pero para mí es muy temprano en mi carrera para salirme ya”.
Una semanas después de la primera vez que nos reunimos, cuando el precio de los bitcoines se disparó en diciembre, Gardner parecía preocupado. La gente había empezado a peregrinar al Crypto Castle y a tocar a la puerta esperando que los ayudara a invertir.
“Nada se siente real, no se siente de verdad”, dijo. “Estoy listo para que los criptobienes caigan un 90 por ciento. Me voy a sentir mejor, creo. Ha sido una locura”.
La compraventa y el crack
Cerca del castillo hay un edificio que los residentes llaman la Crypto Crackhouse, en referencia a los sitios donde se vende crack.
Allí vive Grant Hummer, quien administra el San Francisco Ethereum Meetup, una red virtual para organizar reuniones en el mundo no virtual de personas que tienen esa criptomoneda. Los largos pasillos de la casa, llamados el búlevar Bitcoin y el pasaje Ethereum, dan hacia baños de uso comunitario. Hummer y su cofundador para Chromatic Capital destinaron 40 millones de dólares del dinero que ganaron con criptomonedas a ese fondo de inversiones valuado en 100 millones de dólares.
“Mis neuronas están fritas por la volatilidad”, dijo Hummer. “Ni siquiera me importa a estas alturas; estoy adormecido. En un día determinado pierdo un millón de dólares y me siento como: ‘Ok'”.
Su habitación es sencilla: hay una cama, un futón, una televisión encima de una consola medio vacía, tres envases de espray para limpiar teclados y media docena de latas de limpiadores de Lysol. Hummer siempre lleva consigo una moneda con la inscripción “memento mori” para recordar que puede morir cualquier día.
Para él, el auge de Bitcoin prefigura una especie de apocalipsis global. “Mientras peor le va a la civilización regular y mientras menos confías, mejor le va a lo cripto”, dijo Hummer.
Hummer salió de la crackhouse para reunirse con Joe Buttram en un bar. Buttram, un peleador de artes marciales mixtas de 27 años, dijo que se mete a peleas a cambio de unos cientos de dólares, a veces unos miles, y que está encargado de la seguridad de una empresa emergente, pero que su verdadero pasatiempo es leer foros de 4chan y comprar pornografía vintage; esas pasiones, dijo, lo llevaron a descubrir las criptomonedas.
Dijo que actualmente sus sociedades de cartera alcanzan millones de dos cifras antes de los ceros, pero no quiso dar detalles más allá de mencionar que dejó su antiguo empleo y va a empezar un fondo de cobertura propio. Hay una cierta paranoia que comparten muchos de los criptorricos: creen que van a volverse un blanco y ser asaltados pues no hay ningún banco que resguarde su dinero; por lo tanto, muchos están obsesionados con mantenerlo en secreto. Algunos dicen que ni sus padres saben cuánto dinero han acumulado. Claro que eso también les permite hacer parecer que son más ricos de lo que realmente son.
“No hay perdón”, dijo Buttram. “Cometes un error y pierdes todo”.
Hablan de planes para comprar Lamborghinis, que parece ser la única manera aceptable de gastar dinero en la comunidad creada alrededor de la criptomoneda de Ethereum. El fundador de esta moneda en general aparece retratado en arte hecho por fanáticos como Jesús a bordo de un Lamborghini. Buttram dice que los fines de semana renta un Lambo de color naranja. Usa un collar de oro sólido cuyo dije, incrustado con diamantes, tiene la forma del ícono de Bitcoin. Fuera de eso, HODL.
Esa es la creencia base de esta comunidad de Jesús en Lamborghini: HODL, hold —aguanta, no vendas— si lo escribes rápido y con dedazo, como si estuvieras atemorizado. HODL incluso cuando sientes FUD –miedo, incertidumbre y duda—. Si demuestras tu riqueza significa que no crees realmente en la revolución de la criptomoneda, un rehacer y renacer del sistema financiero, de los gobiernos y del orden del mundo que llevará a que el precio de Ether ascienda hasta las estrellas.
“HODL cuando todos tengan FUD”, dijo Hummer casi en un susurro, para explicar por qué todavía vive en lo que es, en esencia, un dormitorio universitario. “Esto va a cambiar a la civilización. Puede multiplicarse por 100 o más desde aquí”.
Revoluciones y reuniones
Unos días después Hummer estaba trabajando en el departamento del cofundador de Chromatic.
James Fickel, de 26, vive en una torre de departamentos con un gato azul ruso llamado Mr. Bigglesworth. Fickel es conocido en la comunidad cripto por “vivir al estilo YOLO” —you only live once; solo se vive una vez— al haber invertido 400 mil dólares en Ethereum cuando el precio estaba en solo 80 centavos de dólar. Ahora, con una fortuna que él asegura ronda los cientos de millones de dólares, sus padres se jubilaron y su hermana menor está viviendo con él.
“Me estoy encargando de su educación”, dijo Fickel, sentado en un sofá de cuero blanco con Mr. Bigglesworth dormido en brazos.
Hoy Fickel busca establecer el rumbo y el fin de la jugada para los creyentes de las criptomonedas.
“Se trata de todo el mundo reorganizándose”, dijo Fickel. “Podríamos deshacernos de nuestros ejércitos porque por primera vez va a haber gente diciendo: ‘Quiero votar por un orden mundial’. Es el despertar de internet; es el internet agarrando el tridente para marchar. Eso es lo que es la cadena de bloques”.
Hummer es algo escéptico.
“Lo único que sé es que el precio de Ether va a subir”, dijo.
Unos días después estaban reunidos en un bar algunos inversores que compraron criptomonedas a instancias de Fickel y ahora tienen su propio criptocírculo.
Una de ellas era Chante Eliaszadeh, estudiante de Derecho de la Universidad de California en Berkeley.
“Obviamente va a estallar la burbuja y todos van a necesitar abogados”, dijo.
En la fiesta anual del San Francisco Bitcoin Meetup se reunieron cientos de personas en un espacio de trabajo compartido, o coworking, y aún había gente haciendo fila para poder entrar. A las personas en la lista de espera les dijeron que ni siquiera intentaran ir. Muchos tenían puestas prendas inspiradas en Bitcoin y Ethereum de la marca Hodlmoon, que vende suéteres de criptomonedas unisex.
Los más cercanos a la tecnología son los más recelosos. Pieter Wuille, un desarrollador de Bitcoin Core –el software base de la moneda– de 33 años, nunca se quitó la mochila de la espalda mientras merodeaba por la fiesta. Es parte del equipo encargado del desarrollo de la tecnología de los bitcoines.
“La tecnología aún necesita tiempo para evolucionar”, dijo Wuille. “Esta infusión de interés ha atraído el peor tipo de atención. Algunos creen que Bitcoin no puede fracasar o que esta tecnología resuelve muchos más problemas de los que realmente hace. Lo hace. Y no lo hace”.
Dijo que todos sus conocidos le preguntan si deberían comprar bitcoines. “Les digo que no tengo idea”, dijo. “¡Quién sabe!”.