Twitter: @GNava1980 En 2010 comencé a trabajar para un gobierno estatal como Directora de Análisis de la Institución encargada de la Inteligencia Estratégica de la entidad. Durante el proceso de identificación de riesgos a la Seguridad encontramos que la delincuencia organizada estaba reclutando muchos menores de edad para tareas de vigilancia y de venta de drogas, e inclusive como sicarios. El problema comenzaba y sabíamos que era el momento oportuno de intervenir. Reunimos un equipo interdisciplinario integrado por la Escuela de Trabajo Social, los servicios de atención psicológica de la Secretaría de Salud de la entidad, el sistema de Colegio de Bachilleres, Tecnologías de la Información, Instituto de la Juventud y Secretaria de Planeación. Seguridad Pública no estaba en este equipo porque queríamos abordar la problemática desde el enfoque criminológico y no policial, pero a la postre sí que se incorporaron. Podría interesarte: La orquesta desafinada, políticas de drogas en la CDMX La fortaleza de este proyecto fue que partimos de un diagnóstico interdisciplinario, basado en el método criminológico. Los hallazgos fueron reveladores. Encontramos problemáticas que, aunque no resultaban necesariamente sorprendentes, habían tenido poca atención tanto al interior de los planteles como en el entorno familiar. Por ejemplo, en una población de algo más de 15 mil alumnos, de entre 15 y 17 años, un 17% consumía alcohol al menos una vez a la semana, 42% consumía tabaco y 25% marihuana. Hasta aquí nada desconocido. Sin embargo, a la pregunta sobre si alguno de sus amigos le ha dado alguna sustancia dañina para la salud a alguno(a) de sus compañeros (as), el 72% de los jóvenes respondieron que no, pero un significativo 28% contestaron que sí. Esto quería decir, que la escuela no es un entorno tan seguro como frecuentemente se suele pensar. Te puede interesar: Políticas de drogas en la 4T. Retos y oportunidades Aquí otro ejemplo: durante el periodo de investigación entre un 80-85 por ciento de los jóvenes habían experimentado tensión, nerviosismo y preocupación, por motivos relacionados con sus estudios, el entorno familiar y la situación económica familiar. Entre el 70-72 por ciento de los estudiantes señalaban que se sentían irritables, enojados y con dificultad para relajarse ya sea por problemas en la escuela o en su casa. La lista de hallazgos continúa y fue muy reveladora. Pudimos concluir que: 1. Las políticas de prevención de la delincuencia estaban más basadas en creencias sobre lo que provoca que alguien cometa un delito que evidencia científica. 2. Las políticas de prevención estaban basadas en el enfoque policial y ni siquiera se habían explorado otros enfoques criminológicos, sociológicos o psicológicos. 3. La intervención en materia de prevención se debía dar en el ámbito de la escuela preparatoria y debía ampliarse de la escuela a la familia y alcanzar a la comunidad más próxima a los jóvenes. 4. La pobreza y la desigualdad económica sí están presentes como factores de criminalidad, pero no son los únicos ni son determinantes. 5. La política de prevención tendría que ser interdisciplinaria, interinstitucional y en coordinación entre el gobierno del estado y los gobiernos municipales, haciendo énfasis en la participación e involucramiento de la sociedad. Finalmente, nació un programa estatal que coordinaba el Instituto de la Juventud y que se convirtió en la base de lo que fue el Programa Nacional de Prevención Social del Delito y la Delincuencia. Te puede interesar: Detienen a puertorriqueño con supuesta marihuana en el Vive Latino El fracaso del programa a nivel estatal (y luego a nivel federal) se debió a la politización, provocando que los objetivos se fueran desdibujando, que la metodología de seguimiento no se diera, haciendo imposible verificar a través de mediciones de indicadores si el programa estaba obteniendo los resultados que se esperaba y que a que el gasto de recursos asignados no fue óptimo ni acorde a los objetivos que se planteaban en el diseño del programa. La prevención del delito es posible, solo hace falta incorporar el conocimiento científico, romper paradigmas, pensar “fuera de la caja”, y la visión estratégica de quienes dirigen la política criminal del país, sin sesgos partidistas e ideológicos y evitando obtener capital político. La mejor recompensa para un político son los resultados de un trabajo bien hecho, que la población siempre sabrá reconocer. Continúa leyendo: Las incongruencias en materia de seguridad
Las opiniones vertidas en la sección de Opinión son responsabilidad de quien las emite y no necesariamente reflejan el punto de vista de Gluc.