Twitter: @MARIAGYP
Una vez, en un país muy muy lejano… un rey adoctrinó a la mayoría de los habitantes del pueblo. Le costó años, mucha energía, corajes, descalabradas, lo que le quedaba de coherencia, congruencia y muchos enemigos.
Para él, ya medio cansado, valió la pena.
Puso a sus pies a un pueblo con voz y voto que lo llevó al poder, para amarlo y alabarlo en las buenas y en las malas. Por cierto, las pésimas eran el pan de cada día.
A pocas semanas de ser ungido, la gente ya no tenía voz, solo aplaudía. Ante lo absurdo, lo defendía, agredía o mejor, callaba. Solo algunos seguidores, pidieron perdón.
Todo parecía perdido, no había oposición; pero un día, un niño lo cuestionó, se le reveló, lo descolocó, lo irritó. “¡cómo osaba revelarse!”, exclamó.
Al día siguiente, tempranito frente a reporteros e influencers, la mayoría muy prudente, pero uno que otro colado, poco grato a los “ojos puros” del entonces todo poderoso, quien sentenció: “Los niños no deben preguntar”; además, no votan, y firmó su anuncio como decreto.
Cada día, la ridiculez en su mandato era superada por otro exabrupto del señor, a quien se le olvidó que los niños crecen… que el pueblo despierta.