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Nota: por segunda semana consecutiva, y en razón de la crisis de violencia contra las mujeres, cedo mi espacio a una voz femenina y feminista para que hable de la situación por la que atraviesan en nuestro país, en este caso en el ciber espacio y las redes sociales. Sheyla Aarvik es especialista en comunicación digital, conferencista sobre temas de prevención de la violencia y seguridad en plataformas digitales y tiene una extensa experiencia tanto en el ámbito público como privado.
-Eduardo Higuera
Cada vez que escribo sobre la violencia en las plataformas digitales, y más específicamente en la ejercida contra las mujeres, mayores o menores de edad, me resulta muy difícil determinar cuál puede ser más importante, urgente de atender o lamentable. Todas, en sus diferentes niveles de impacto, me parecen imprescindibles de abordar.
Con el avance de la tecnología y las nuevas formas de comunicarnos, también llegaron nuevas prácticas o, mejor dicho, viejas prácticas llevadas a otros espacios. Situaciones como el acoso, discriminación, amenazas, publicación o exhibición de fotografías o videos de índole sexual, violación de la privacidad, control y/o manipulación, etc., son algunos de los ejemplos de las prácticas más comunes en contra de las usuarias en México y en todos los países; siendo tantas las formas, es difícil precisar la cantidad de usuarias que han sido víctimas de alguna de estas formas de violencia.
De acuerdo con la Encuesta sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información y la Comunicación en los Hogares, realizada por el INEGI, en México existen aproximadamente 75 millones de usuarias y usuarios de internet, WeAreSocial nos dice que poco más del 90% tienen una cuenta en una o más plataformas digitales. De este universo de internautas, el 51.5% son mujeres. Por otro lado, de acuerdo con una encuesta realizada por la asociación civil Alianza por la Seguridad en Internet, en nuestro país existen aproximadamente diez mil estudiantes de entre 12 y 16 años que conocen a una persona que ha enviado o reenviado imágenes personales con contenido sexual.
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— Gluc (@GlucMx) December 3, 2019
En el 2019, la OCDE publicó un estudio en el que se establece que aproximadamente dos de cada diez usuarias han sufrido ciberacoso, por ejemplo; sin embargo, en términos generales es difícil determinar cifras cercanas a la realidad, pues al igual que los delitos comunes, la mayoría de los casos ni siquiera llegan a ser denunciados, a veces por desconocimiento, desconfianza en las autoridades, por miedo, o todas las anteriores juntas.
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Una de las cosas más complejas es entender el impacto que puede tener cualquier acto de violencia, aún siendo en una plataforma virtual; esto cobra mayor relevancia cuando sale del muro de Facebook, Twitter, Instagram o Whatsapp, y toca a nuestra puerta o nos sigue en las calles. Ocurre.
No es sencillo. Recordemos a Olimpia Coral, quien en 2013 fue víctima de este delito después de que su pareja filtrara un video grabado en la confianza de la intimidad, llegando primero a WhatsApp, después a Facebook y posteriormente llegó a páginas de pornografía en internet. Esto la marcó y estuvo al borde del suicidio. Gracias a este caso, al esfuerzo de Olimpia y de las personas que la acompañaron, se logró tipificar el delito de la pornovenganza.
Las plataformas digitales, como las calles, o la escuela, o la casa, o cualquier espacio en el cuál nos encontremos, deben ser ocupadas con el mismo empoderamiento y sororidad que nos ha llevado día tras día a levantar la voz y acompañar a las mujeres más desprotegidas. La formación o alfabetización digital, más allá de aspectos técnicos, debe ser también en cuestión de derechos, asumiendo el uso responsable de las herramientas de comunicación con la exigencia de espacios libres de violencia. Educarnos unas a otras, con el ánimo de cuidarnos y respaldarnos. Definir y divulgar las cosas que nos hacen sentir vulnerables, enojadas, agredidas.
Los colectivos, los esfuerzos individuales, las leyes, todavía no son suficientes. Nos falta mucho por avanzar. Nos falta mucho por aprender. Nos falta mucho por gritar.
Movimientos como el #MeToo, en cualquiera de sus manifestaciones, nos han enseñado que las redes sociales también pueden arder. No paremos hasta quemarlo todo.
Sheyla Aarvik
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