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“El logro no tiene color”.

Abraham Lincoln.

La verdad, desde los premios de Venecia vi venir una pequeña tormenta, como en otras ocasiones (como en el caso de la Forma del Agua), la película de Cuarón sería el motivo perfecto para desatar una pequeña polémica mediática. No esperaba una tormenta de prejuicios y malestares macho-racistas.

Ya sabemos que la protagonista de Roma, no cae dentro del estándar de los actores que se hacen famosos en Hollywoood, en especial porque su orientación profesional no era originalmente la actuación. Esa chispa hubiera bastado para iniciar el fuego, sin embargo Yalitza cometió varios pecados imperdonables a los ojos de aquellos que creen que la diversidad y el éxito se repelen mutuamente:

Se salió del molde en el que la mujer “debe quedarse” en su lugar, en especial una india.


Gran pecado es ese, histórico además. Un pecado por demás revelador de la sociedad mexicana, como adefesio que no supera los traumas que arrastra desde hace siglos.

Y, desde que México es México, muchas mujeres han pecado de forma extraordinaria contra una sociedad que no las comprende y busca humillarlas, al oponerse a las ideas calcificadas y carcomidas de los sectores conservadores de nuestro país. Sin embargo no han logrado un efecto contundente en nuestra sociedad.

Y es que, parafraseando a la Rosario Robles de Los Adioses (Beristain, 2017) al revisar los textos de Sor Juan Inés de la Cruz, parece increíble que se sigan repitiendo como mantra aquellas quejas y demandas, solo actualizando las palabras.

Los pecados de los que hablo son el éxito, la confianza en la propia identidad y la capacidad de demostrar que, pese a censuras decimonónicas, las mujeres no dejan de avanzar.

¿No me cree, querido lector, le parece que exagero?

Sin duda le suenan fuerte en los oídos las mencionadas de Rosario Castellanos y Juana de Asbaje. A estos, y en fechas más recientes, podemos sumarle varios nombres como botones de muestra: Ana Gabriela Guevara, Alondra de la Parra, Rosario Green, la güera Rodríguez, el colectivo de la selección nacional de fútbol femenil y muchos mujeres más que, por espacio, no alcanzamos a mencionar.

Todas ellas pecadoras. Todas ellas fuertes, inteligentes, exitosas y mexicanas.

En cada uno de los casos las críticas han sido el pan de cada uno de sus días. Mientras la selección “mayor” de futbol es justificada en sus fracasados sueños “chingones”, a ellas no se les da el mismo tiempo aire para destacar sus triunfos reales; a la senadora Guevara se le criticó por “solamente” ser medallista olímpica y no medallista de oro, mientras que cientos de atletas hombres nunca se acercan a tales glorias y nadie dice nada; en el caso de la directora de orquesta De la Parra, siempre escucho que no es tan buena, que alguien la patrocina y demás estereotipos reciclados; a la güera Rodríguez no se le reconocen sus méritos de figura histórica pues ¿cómo una cascos ligeros puede estar en el mismo sitio con nuestros estoicos héroes hombres? En el caso de la excanciller Green, muchos calificaron su tiempo como la jefa de la diplomacia nacional como tiempos marcados por el terciopelo, como si fuera algo malo.

¿Y Yalitza? Bueno basta que se dé usted una vuelta por las redes sociales para comprobar lo que decía Umberto Eco acerca de cómo éstas envalentonan a los necios e ignorantes a decir cosas de las que no entienden nada.

Como película, puede gustarnos Roma o no. Para mí su mayor logro es que, como sociedad, nos ha puesto al espejo y nos ha obligado a ver nuestro peor ángulo. Ese que justifica la denigración de una persona con rasgos étnicos, la violencia contra una mujer al punto de fomentar los feminicidios, que discrimina porque la mexicana que tiene enfrente no es como las actrices de telenovela o las modelos de los anuncios de cerveza y se “atreve” a usar marcas de ropa y ser fotografiada para revistas que normalmente solo reflejan las aspiraciones de la “gente bien y blanca”.

El mérito social de Yalitiza y Roma fue mostrar que seguimos siendo un país que no sabe convivir día a día con nuestra realidad.


En especial si debemos cuestionar nuestros “sagrados” prejuicios y convivir con “pecadoras”, tránsfugas de los límites sociales, raciales y de clase.

Ya para mí eso vale mucho más que un premio Óscar. Ojalá y surjan muchas más pecadoras con el ejemplo.

Lo demás es lo de menos.