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Al presidente Andrés Manuel López Obrador le gusta creer en el pueblo y le fascina preguntarle, nadie podría dudarlo.
La semana pasada el presidente preguntó en un mitin (perdón, un evento del Gobierno) si la gente quería que le contestara a Donald Trump por sus recientes amenazas de cerrar la frontera si México no detiene la migración centroamericana.
El presidente pregunta tanto, y de todo, que a este paso en Semana Santa preguntará si se quiere perdonar a Barrabás.
AMLO puede tener razón en no ponerse a los tuitazos con Trump y elegir la diplomacia (que parece, en el caso estadounidense, la arrogancia, y en nuestro caso la servilancia), pero no entiende que esas decisiones no se toman a mano alzada.

La justificación no puede encontrarse en un sondeo chabacano como ese, sino en una explicación a la altura de un presidente de la República que debe tomar decisiones.
En campaña prometía que contestaría ferozmente a ‘Trum’, y ahora es creyente del BoraMilutinovi?sismo y solo responde “yo respeto” y el infantilismo del “zafo (con chile y ajo)”.
Y puede ser hasta normal, porque no es lo mismo ser borracho que cantinero. Y ahora que es el jefe del Ejecutivo entiende las responsabilidades que tiene y no puede andar de valentón así nomás.
Pero no entiende que no entiende que este país requiere de gobernantes que se pongan serios y no parezca una parodia de Damián Alcázar en La ley de Herodes (Luis Estrada, 1999).

DVDmaniaMX
Ya hizo preguntas en consultas patito antes de ser gobernante, y ahora pretende institucionalizar las consultas populares para quitarle ese tufo de rancio a dichos ejercicios.
Pero qué contradictorio se torna que mientras busca legalizar las consultas, parezca tomar decisiones de política exterior a mano alzada.
Es que en este gobierno la máxima parece ser aquella frase del gran Monsiváis:
“O ya no entiendo lo que está pasando, o ya pasó lo que estaba entendiendo”.
La Puerta Grande: Señor presidente, le presento las licitaciones. Úselas, de favor.