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Octavio Romero Oropeza, director de Pemex, explicaba el pasado martes en un video los detalles de una toma clandestina de combustible en Azcapotzalco… a la par, la agencia calificadora Fitch Ratings rebajó la calificación de la empresa productiva y la dejó a un paso del abismo financiero.

Romero tiene uno de los trabajos más difíciles de la administración del presidente López Obrador: dirige a la petrolera más endeudada del planeta (83 mil 900 millones de dólares), con millonarios vencimientos éste y los próximos dos años. Una firma que abandonaron en los últimos tiempos, y donde permearon la corrupción y las ineficiencias.

Y a esa empresa la tiene que “rescatar”, según palabras del presidente. Desde el Gobierno le tiraron ya dos cables: habrá mayores recursos y un modelo fiscal más amigable.

Sin embargo, Fitch fue severo cuando señaló la “inacción continua por parte del Gobierno mexicano para prevenir un deterioro en la calidad crediticia individual de Pemex” y “la reacción lenta para fortalecer el perfil crediticio individual de Pemex es un indicador de que el Gobierno ha fallado en reconocer, uno o ambos, la viabilidad del perfil financiero de la compañía y/o la importancia de la estrategia que representa la compañía para el Gobierno y el país”.

No es un secreto decir que Romero Oropeza está en aquel encargo por la inquebrantable confianza que le tiene López Obrador, y el presidente quiere en Pemex a una persona que acate sus órdenes a cabalidad.

No obstante, la empresa está en una situación financiera en la que su director requiere de otras cualidades que no aparecen en el CV de Romero, ni se perciben en sus primeras acciones.

Y en esa situación no sólo se encuentra él. Alberto Velázquez, director financiero de Pemex, fue a Nueva York el mes pasado y se lo comieron con todo y zapatos.

“No mostró entendimiento de la compañía y no impresionó para nada“, dijo Jim Craige, cotitular de inversión de Stone Harbor Investment Partners, quien se reunió, como otros inversionistas, con la plana directiva de Pemex, de acuerdo con Bloomberg.

El nocaut llegó a continuación:

Es problema de AMLO porque él lo eligió (…) Tiene que irse“.

Los inversores tienen bonos de Pemex. Es decir, la petrolera les debe dinero. A ellos no les interesan mucho las buenas intenciones del Gobierno, o la plena confianza que tienen en su proyecto. A ellos les interesan los resultados y que el plan sea creíble y acorde a la realidad. A primera vista es evidente que esto no existe.

Y en el caso de Fitch, la calificadora hizo una evaluación de Pemex y el resultado ya lo conocemos: Un trancazo de dos escalones a la nota crediticia.

Podemos entrar en la discusión –por ahora ociosa- de si las calificadoras tienen credibilidad luego de su desastroso papel en la crisis de 2008. Pero, nos guste o no, su rol y opinión es fundamental en el mercado, al que acuden Pemex y el Gobierno mexicano.

Entre peor es la calificación más caro cuesta conseguir financiamiento, y eso no lo cambiará nadie, ni el presidente y su señalamiento a Fitch de “hipócritas”.

El problema de Pemex es, desde mi perspectiva, el más grave que tiene López Obrador en dos meses de Gobierno. El menos mediático, pero el que puede tener consecuencias graves para el país y su economía.

Y la economía del país es fundamental para López Obrador, por la desconfianza que generaba para muchos en ese rubro antes de ser presidente, pero también porque si empieza a fallar perderá el famoso ‘bono democrático’. Si a la gente le tocas la cartera, se acabó.

Y si bien México ha despetrolizado sus finanzas públicas en los últimos años, y ahora son los impuestos los que generan la mayor cantidad de recursos, Pemex y el petróleo aún generan 20 centavos de cada peso.

Por tanto, Pemex requiere un director que en lugar de subir videos de tomas clandestinas de combustible o de salir en otros con Claudia Sheinbaum como si fuera un holograma, necesita alguien que tome ‘el toro por los cuernos’, que entienda la situación financiera de la empresa, que vaya y explique al país y al mercado los planes que tienen y por qué van a funcionar, que saque cifras precisas, concisas y macizas que sustenten las buenas intenciones.

Y visto lo visto, señor Octavio Romero, déjeme decirle que usted es ‘El rival más débil’. ¿Adiós?

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