Twitter: @CLopezKramsky

El presidente Andrés Manuel López Obrador ha insistido en mostrarse invulnerable ante el coronavirus; no utiliza geles para desinfectarse las manos; continúa abrazando y besando gente por doquier; desdeña las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud y la experiencia de otros países como China, Italia o España y, por si fuera poco, cree ciegamente que un par de amuletos que carga en su bolsillo van a detener al virus y que van a protegerlo a él, y por extensión al país, de la pandemia que está causando estragos a nivel mundial.

Su actitud es temeraria, por decirlo conservadoramente, e inexplicable. A veces, parece que su intención es, o demostrar que él es un ser superior tocado por la mano de Dios, o morir en el intento. Como kamikaze, el presidente se ha lanzado en una cruzada que no augura nada bueno. Medios de comunicación, médicos, políticos y ciudadanos en general, han señalado que el presidente debería ser el primero en acatar las normas de auto aislamiento social y evitar, con sus giras y eventos, que se arriesgue a contraer la enfermedad o a contagiar a los asistentes. Ha tenido oídos sordos.

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En esta irresponsable ruta de colisión entre López Obrador y el coronavirus, lo más seguro es que el segundo va a contagiarlo y lo hará en el momento más difícil de la crisis de salud y económica que vivimos en México. Aquí surgen dos preocupantes supuestos que podrían desatar, además, una crisis constitucional: si el presidente falleciera, se tendría que activar el procedimiento para nombrar un presidente interino y convocar a elecciones, lo que no ha sucedido en la historia moderna; si el presidente no falleciera, pero por su estado de salud no pudiera dirigir el gobierno, también se tendría que declarar su ausencia, con el afán de que el Poder Ejecutivo Federal no quedara materialmente acéfalo.

La sucesión presidencial en caso de falta del presidente

El artículo 84 de la Constitución establece que cuando exista falta absoluta del presidente de la República, en los dos primeros años del sexenio, la persona titular de la Secretaría de Gobernación asumirá el cargo provisionalmente por un máximo de 60 días, en tanto el Congreso nombra al presidente interino y se convoca a nuevas elecciones. Esto sucedería en caso de que el presidente falleciera debido al coronavirus, lo que, evidentemente, traería una crisis aún mayor que la que tenemos.

Pero si el presidente solo enfermara de gravedad y no pudiera atender los asuntos de su encargo, se desataría una crisis constitucional aún mayor, pues se debatiría sobre si ello constituye una falta absoluta o no. La Constitución no establece un supuesto para promover una sucesión presidencial por enfermedad inhabilitante, aunque sí prevé la posibilidad de que el propio presidente solicite licencia hasta por 60 días; conociendo a López Obrador, ni en sueños solicitaría la licencia.

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¿Hay alguien en el gobierno que esté previendo alguno de estos escenarios y que se lo haya comunicado al presidente? Andrés Manuel López Obrador no es una persona más, es el titular del Poder Ejecutivo Federal y su ausencia crearía una crisis constitucional, política e institucional mayúscula que acabaría arrastrando al país a una crisis sistémica. El presidente no puede darse el lujo de tener una actitud irresponsable, infantil e inmadura, como la que está presentando.

Ya hay otros titulares de poderes ejecutivos nacionales aislados y en observación, como Justin Trudeau, primer ministro de Canadá, por lo que no es descabellado pensar que López Obrador podría contagiarse, pero el problema con nuestro presidente es que tiene 66 años y antecedentes de padecimientos cardíacos, lo que lo coloca en uno de los grupos más vulnerables a la enfermedad COVID-19. 30 millones de mexicanos lo eligieron para dirigir este país con prudencia y velando por el bien de todos, López Obrador, compórtese a la altura de esa altísima responsabilidad, la nación se lo exige.

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