Twitter: @CLopezKramsky
El presidente Andrés Manuel López Obrador había mantenido, durante todo su sexenio, el control férreo de la narrativa nacional. Durante casi 14 meses, ningún tema que no le gustara o que no le conviniera había ganado espacio informativo. La comunicación del presidente había sido muy efectiva para minimizar los impactos negativos de las protestas que, paulatinamente, han ido creciendo a su alrededor y respecto de su gobierno. Hasta ahora, el presidente había sido inmune a la crítica y eso le había permitido imponer el tema a discutir, sin importar lo absurdo o banal que fuera.
Así, los tacos de barbacoa durante una gira, la rifa del avión presidencial, la pinchadura de una llanta, o sus embates contra sus adversarios políticos, llámense como se llamen, opacaban las protestas de los padres de niños con cáncer, o las de los economistas que advertían la falta de crecimiento, o las de los inversionistas preocupados por la incertidumbre jurídica y política en el país, o las de los campesinos que tomaban casetas en las autopistas para protestar por la falta de apoyos al campo, entre un largo etcétera.
El papá de una víctima de secuestro que protestaba en las oficinas de la @CEAVmex se hizo del baño justo en la entrada, pues no lo dejaron pasar al baño. Fue entonces que se dio este incidente con Michael Chamberlin, director de vinculación de la #CEAV: pic.twitter.com/2jPjXlI7Jq
— Ciro Gómez Leyva (@CiroGomezL) February 20, 2020
Pero el desgaste siempre hace su tarea y, por más impermeable que el presidente sea, una gota constante, durante mucho tiempo, puede erosionar hasta la roca más dura. Así, poco a poco, se fue configurando un escenario en el que, tarde o temprano, alguna situación tendría que romper el escudo y llegar hasta el corazón del presidente.
En enero, Javier Sicilia y una caravana integrada por víctimas de la violencia en todo el país marchó desde Cuernavaca hasta el Palacio Nacional para pedir un cambio en la estrategia de seguridad. El presidente, confiando en su poder mediático, decidió no recibirlos y, en su lugar, salir de gira para no darles foro. Le funcionó la estrategia en ese momento, pero demostró la indolencia que tiene frente a las víctimas del delito y de violaciones a derechos humanos.
Unos días después se filtró una propuesta de iniciativa de reformas que, se dice, provenía de la Fiscalía General de la República, que planteaba derogar el delito de feminicidio en el Código Penal Federal y convertirlo en una agravante del de homicidio. De inmediato, la reacción en contra se disparó y se prendió la mecha de un fenómeno que le arrebató al presidente el micrófono. Los feminicidios de Ingrid y de Fátima, aunados a la reacción soberbia, inhumana y nada empática del presidente, prendieron fuego al problema y pronto, el titular del Poder Ejecutivo Federal se vio en medio de las llamas de un incendio que, por primera vez, no ha sabido cómo controlar.
Quitarle el control mediático al presidente es muy importante para que podamos discutir las cosas que en realidad nos afectan y dejemos de pelarnos por absurdos que distraen la atención.
Es urgente voltear a los temas que sí importan y resolverlos o, al menos, intentarlo. Las víctimas de delitos y de violaciones a derechos humanos se multiplican por doquier y no se ve una estrategia gubernamental que permita, por un lado, parar la violencia de la delincuencia organizada, o la de género, que se ha incrementado considerablemente, y, por otro, tampoco se ve un plan para atender a las víctimas.
Sobre este último punto hay que destacar que, esta semana, varias víctimas de diversas partes del país tomaron la sede de la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), en la Ciudad de México, para protestar por la falta de atención y por lo que ellas consideran un desmantelamiento total de la institución, lo que pone en riesgo su derecho de acceso a la justicia. En la misma tónica que el presidente ha usado para desacreditar a los colectivos en contra del feminicidio o a los padres de niñas y niños con cáncer, la CEAV, en lugar de abrir los ojos y dialogar con las víctimas, optó por evidenciarlas y criminalizarlas en los medios de comunicación, así como cerrarles los baños, cortar la luz e, incluso, agredirlas físicamente. Este es el camino más corto hacia el desastre; el Gobierno Federal no debe insistir en el camino de la confrontación, pues así, será inevitable que lo que hemos visto en la CEAV y en Palacio Nacional esta semana, se multiplique en otras instituciones federales, y todos saldremos perdiendo. Hay que insistir en que la narrativa vuelva a las cosas que importan.