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Aquí las calles tienen baches; no son perfectas. Las paredes están infestadas por grafiti y el paisaje urbano muestra la pobreza que no ha podido ser vencida. Los que no fueron tan afortunados en la vida sobreviven pidiendo limosna en las esquinas; los demás trabajan incesantemente bajo condiciones laborales desventajosas en las interminables fábricas, talleres o almacenes que han desplazado a los edificios habitacionales.

Hay otros más afortunados que viajan todos los días en el metro o en autobús para trabajar como oficinistas o en las grandes tiendas y centros comerciales del otro lado del Río Este. En los vagones del metro la espera disminuye clavando los ojos en el celular y se deja de pensar en lo que hay después de que el tren se detenga. Es como un túnel del tiempo que hace que todo deje de girar por un lapso hasta que las puertas se abren y la realidad invade otra vez a los pasajeros.

Fuente: alef.mx

Millones viven así en este país, agobiados por las cuentas; desesperados por cubrir las exorbitantes rentas de departamentos minúsculos; enfrentando la adversidad y explotación laboral diaria; sobreviviendo a las amenazas que se ciernen sobre sus derechos laborales y acongojados por una situación de seguridad social y salud cada vez más precaria. El futuro no le pinta bien a esta gente y sin embargo aún tienen un enorme optimismo. Los días pasan y la situación no cambia; es un ciclo que se repite incesantemente y que se caracteriza por el fastidio y la desazón.

No, no estoy describiendo la situación de la gente en la Ciudad de México, sino la de millones de neoyorquinos que viven en Brooklyn, el Bronx, Queens o Staten Island; y sin embargo las palabras y los sentimientos nos parecen tan nuestros que, sin este dato de contexto, todo describe un día más en la capital de nuestro país. Este paralelismo debe llamarnos la atención porque si bien Manhattan es la estrella dorada del capitalismo y su luz nos deslumbra y evita que veamos la pobreza que existe a su alrededor, cruzando el río, Nueva York deja de ser el lugar de ensueño para convertirse en el ejemplo por definición de un sistema que ha privilegiado a unos cuantos por encima de la mayoría y, si en la meca del capitalismo encontramos este contraste, ¿qué podemos esperar en un país como nuestro México, en el que más del 60% de la población vive en algún nivel de pobreza?

Fuente: fernandafamiliar.soy

Esta puede ser una de tantas explicaciones al cambio de rumbo que estamos viviendo, pero lo riesgoso es que parece que estamos cambiando sin tener claro hacia dónde queremos ir; es evidente el rechazo al status quo que se dio en Estados Unidos con la elección de Donald Trump y en México con la de Andrés Manuel López Obrador, pero en ninguno de los dos países hemos visto hasta ahora la transformación prometida. No quiero decir con esto que debamos quedarnos en el mismo lugar, pues la mejor forma de no cambiar nada es seguir haciendo lo mismo, pero un cambio sin rumbo también puede ser perjudicial.

Hoy atestiguamos la destrucción de prácticamente todo lo que se ha construido, pero no hemos visto a nadie poner la primera piedra de instituciones o mecanismos nuevos y, a pesar de ello, las encuestas muestran que cada vez hay más gente que apoya las decisiones del gobierno de López Obrador; eso se llama hartazgo y, siendo fríos, quizá fue mejor cambiar así, por la vía pacífica, que mediante una revolución.

Lo único cierto en el futuro de México es que tendremos un periodo de incertidumbre prolongada, pero tenemos que entender que este país habló a través de las urnas y gritó un ¡ya basta! Pacífico. Los términos del contrato social están bajo revisión y esa es la bandera que López Obrador enarbola; quien no entienda esto y quien no vea lo que millones viven a diario, seguirá pensando en indicadores, calificaciones crediticias, tasas de interés, etcétera, y continuará sin poder descifrar que Andrés Manuel es impredecible precisamente porque a quienes representa no les importa ninguno de esos conceptos.